Todo Chambord, y, singularmente el techo de la escalera, está decorado con dos motivos principales de forma cuadrada. Uno es la salamandra, fetiche de Francisco I. Un animal anfibio, resistente al frío y al fuego, capaz de regenerar sus miembros. Invencible, en una palabra. El otro es una "F", rodeada de una soga con dos tipos de nudos en homenaje a las armas de los Saboya, como Luisa, su madre idolatrada, y a su devoción franciscana.
Pues en ese tercer tramo de la escalera de Chambord, y sólo ahí, las efes están al revés para ser leídas desde el cielo.
Y este conecta con la vigencia de las profecías apocalípticas en 1500. Constantinopla había caído en manos del Islam, se alejaba la posibilidad de recuperar Jerusalén por las armas y se leía con avidez el Apocalipsis de San Juan, el último libro de la Biblia. Varios códices iluminados con estos pasajes bíblicos se exhiben en Chambord estos días de verano.
Dieron pie a imaginar la ciudad ideal, la Jerusalén celeste. "Entonces el ángel me transportó a una montaña alta y me mostró la ciudad santa , Jerisalén, que descendía del cielo, de Dios (...) tenía altas y espesas murallas y doce puertas (...) tres a oriente, tres al norte, tres al mediodía y a occidente tres puertas (...). La ciudad era cuadrada..."Como Chambord, traducción arquitectónica literal. La muralla evoca la del castillo de Vincennes, que levantó Carlos V, rey de Francia, siglo y medio antes que Francisco. O sea no era una idea original. Pero sí mística-
Chambord no fue concebido como fortaleza, ni sirvió de residencia (Rancisco I paso aquí 72 días y 16 noches en toda su vida ), ni fue pabellón de caza porque los terrenos pantanosos circundantes se desecaron tiempo después.
Pero fue concebida como emblema de la corona con vocación a la vez simbólica y demostración de poderío y belleza. Aquí recibió Francisco a Carlos V el 18 de diciembre de 1539. El emperador rival deslumbrado afirmó: "es un compendio de lo que puede lograr la industria humana".
Por Chambord, hoy invadido por turistas, pasaron muchos soberanos de Francia. Pero ninguno residió en él. En 1939 ocho camiones transportaron hasta aquí los tesoros del Louvre para protegerlos de la guerra. Entre ellos la Gioconda de Leonardo.
Iñaki Gil. Chambord. El Mundo, jueves 22 de agosto de 2019
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