lunes, 2 de diciembre de 2019

Gloria Mundi

Fotograma de Gloria Mundi
Robert Guédiguian está convencido de que vamos mal. Y, película tras película, lo demuestra con una claridad que duele. Y, la verdad, cuesta quitarle la razón. Digamos que Gloria Mundi insiste. Como en 20 de sus 21 producciones, la protagonista vuelve a ser su mujer, Ariane Ascaride. Y como en todas, Marsella luce sus más desgarradas galas. Se cuenta la historia de una familia. Pero no de una cualquiera, sino de la familia por definición cualquiera. El abuelo sale de la cárcel tras una larga condena por asesinato. Lo que encuentra es a una hija y un yerno que malviven con contratos basura. Eso, a la vez que otra rama de la parentela se dedica al negocio de explotar a todo aquel al que no le que otra que autoexplotarse con el último invento de la economía falsamente colaborativa: llámese "servicio privado de alquiler de vehículos", "rider" o esclavitud moderna. Así contado, todo parece normal y ésa es la cuestión: que la normalidad ha acabado por confundirse con algo muy parecido a la tristeza. Guédiguian se sabe cargado de razón y expone sus argumentos en crudo. Sin detenerse en nada que no le de la razón. El problema es la falta de modulación  (que no moderación). En su empeño por apuntalar la Apocalipsis no hay trompeta de Jericó ni ángel exterminador que le sobre. El problema es que las víctimas voluntarias de tanta claridad acaban por ser la verosimilitud, el orden narrativo, o simplemente, el sentido, el sentido de la medida. A veces, tener razón no basta. Pero, aquí sí que no queda otra que darle la razón, vamos mal. Muy mal incluso.
L.M. El Mundo, viernes 22 de noviembre de 2019

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