El confort, la puntualidad, la rede de conexiones que aproxima y hermana culturas y pueblos. Lo mejor de vivir en esta parte del continente es poder disfrutar de la experiencia del viaje en tren. La única cosa en común que tienen los desplazamientos de hoy y la imagen novelada y novelesca de la época de Zweig, Maeterlinck o Mann es que probablemente se tarda lo mismo en hacer los trayectos.
Desde Bruselas a Luxembourg (200 km) el tren tarda 3 horas y cuarto. A Estrasburgo, la tercera sede comunitaria de la zona (450 km) el más rápido y directo (y hay un par de ellos al día con suerte) necesita casi cuatro horas. La mayoría se hacen con escala en París y frecuentemente cambiando de estación. La cosa no mejora hacia el otro lado. La distancia con Frankfurt es la misma, unos 400 km, y si tienes mucha suerte lo haces en tres horas y media. Pagar 300 euros por ida y vuelta en ambos es razonable.
La semana pasada mi tren se rompió en Colonia, y tuve suerte de llegar a mi cita en el BCE solo hora y pico más tarde de lo previsto, tras dos escalas, un regional y un taxi por medio. Mi amigo W. salió de Bruselas un domingo a las 18.00 y llegó a la ciudad del Meno pasadas las 04.00 de la mañana tras tener que combinar autobús y taxi. Esto no es la ruta que une Madrid con Extremadura, pero sorprende el desastre perpetuo y la resignación de los viajeros. A nadie le parece un gran problema, lo asumen, protestan un poco pero no le dan demasiadas vueltas. Ni se compensa. "Perturbations" es la palabra que más se escucha en la megafonía de las, por otro lado, preciosas estaciones.
Un asiento en un vagón belga está libre el 75% del tiempo. Hay accidentes con coches, maquinistas que se salen de la cabina, equipos de cabras que limpian vías. Y ahora van a probar locomotoras autónomas. No saben lo tranquilos que nos deja.
Pablo Suances. Bruselas
El Mundo, martes 3 de diciembre de 2019
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