lunes, 18 de enero de 2021

Barceló, tierra efímera

Portada de la revista con el retrato de 
Barceló de Alberto García-Alex.
En 2016, Miquel Barceló pintó las vidrieras de la Biblioteca Nacional de Francia, en París. Sus criaturas terrestres y marinas de arcilla y tierra fueron expuestas entre marzo y agosto. Luego las borró. La revista Matador conmemora con un número especial su 25º aniversario, y lo hace con un cuaderno de artista que recoge aquella experiencia radical y sublime.

Cuatro cuchillos, Un pulpo, Pez grande, Dinosaurio medio borrado, Cebollas, Lomo de león, Cabezas de caballo...Si Miquel Barceló no se hubiera empeñado en nombrar así los elementos de esta obra efímera, quién sabe lo que veríamos. Aún así vemos lo que cada uno de nuestros ojos, con toda libertad, es capaz de digerir frente a esta obra magistral y volátil, un solo de genio labrado con la contundencia de cinco toneladas de arcilla que el pinto plasmó en las vidrieras de la Biblioteca Nacional de Francia de París en marzo de 2016 y borró en agosto de ese mismo año. Le grand verre de terre, lo tituló, como homenaje a Ramon Llull. 

Halcones. Cuervos. Tubérculos. Tintoreras... Todas estas imágenes emergieron a lo largo y ancho de una superficie de 190 metros de longitud por 6 de altura. Y trenzan un aquelarre de esqueletos, espinas y cefalópodos que se filtran hacia nuestras entrañas. Se van sucediendo en el pulso del mallorquín, alzado en una especie de cuadriga gigante inventada para la ocasión -"todos los artistas estamos creando herramientas casi todos los días, desde un cepillo de dientes hasta esto", dice Barceló en un documental grabado para una revista que dirige Alberto Anaut- y con ritmo de bulería. De hecho, esa sucesión entrecortada de títulos, perfecta para concretar sueños monstruosos e infantiles se la debe a Camarón de la Isla. Así definía el cantaor  su pintura: con apenas una palabra que le brotaba de la mirada en penumbra.

La combustión para esta obra monumental y efímera se la proporcionó el arte ruppestre. Lugares como las cuevas de Chauvet, donde hay que ir, según él, sin descanso para la que a la enésima vez comienzes a entender. Las peticiones para no borrar lo que hizo en aquel espacio se sucedieron. Pero Barceló no quiso conservarlo. "Lo hubiera concebido de otra manera", afirma. "Y quizás no lo habría ejecutado con tanta libertad". La que le proporcionó esa vorágine que despide la arcilla o el blanco o la luz que se cuela para aportar sus figuras sobre el vidrio. "Son el silencio de la pintura". Y aquella aniquilación fue una llamada a la memoria que ahora se concreta en esta cuaderno imponente de Matador.

André Morin. Jesús Ruiz Montilla. El País Semanal, domingo 17 de enero de 2021.

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