domingo, 31 de enero de 2021

Hijas de revolucionarios

Enero, en Francia, es el mes de  voeux, el intercambio de los mejores deseos para el año que comienza entre familiares y amigos. Es también el mes de la rentreé literaria de invierno que este año se esperaba rica, en número, 493 publicaciones y en firmas de reconocido prestigio. Entre otras: Marie NDiaye, Philippe Besson, Yasmine Reza, Eric Emmanuel Schmith. Un libro, él solo, como un gran vendaval inclemente sacudió el mundo literario parisino y es a fecha de hoy el más vendido: La familia grande (Flammarion),  de Camille Kouchner. El relato de  abusos a un menor en una familia de la élite intelectual de Saint-Germain-des-Prés. Silvia Ayuso informó, puntual, en El País, con un extenso artículo al que les remito, el 7 de enero, fecha del publicación del libro. No me detendré pues en los pormenores de lo sucedido. Me interesa, sobre todo, la voz de quién lo cuenta: Camille Kouchner, abogada, de 45 años, hija de Bernard Kouchner, fundador de Médicos Sin Fronteras y de Evelyne Pisier, primera mujer profesora de derecho en la Sorbona. Antes, en los años 60, había tenido una estrecha relación con Fidel Castro. 

Cuatros años antes, Laurence Debray, hija del filósofo Régis Debray y la antropóloga Elizabeth Burgos, más conocidos por su implicación en la revolución cubana con Fidel Castro y Che Guevara, publica Fille des révolutionaires (Éditions Stock, 2017) / Hija de revolucionarios (Anagrama, 2018). Un tercer libro, L'effet maternel (Flammarion, 2020) de Virginie Linhart  cuenta su historia "de hija de" uno de los dirigentes de la Gauche Prolétarienne, Robert Linhart y de una militante de extrema izquierda, Natacha Michel que pasó de una fábrica a ser universitaria. Estas tres hijas de revolucionarios reivindican con sus libros su derecho a liberar la palabra. "Liberar la palabra de una generación: decir, en primer lugar, que, porque no hayamos hecho la revolución no somos menos que ellos y sobre todo que tenemos derecho a contar lo que hemos vivido", (Laurence Debray, Le Point, 17 de enero). Reivindican sobre todo el dolor de no haber sido prioritarias para sus padres, sintiéndose siempre en un segundo plano frente a los caprichos de los adultos, el militantismo y los camaradas de lucha.

Solo he leido Fille de révolutionnaires de Laurence Debray que nos presenta una doble lectura: una lección clara, sencilla sobre un episodio de la Revolución Cubana, pintura ejemplarizante de lo que fue y sigue siendo el proyecto castrista, y la mirada curiosa de una hija a sus padres actores de Mayo del 68. Un libro especialmente conmovedor para mí que, por mi edad, tenía entonces 20 años, soy también hija de ese mayo. En España esa explosión de libertad del mayo francés se sumó a la lucha clandestina por la democracia en los últimos años de la vida de Franco. No necesitábamos buscar la revolución fuera porque la hacíamos en casa. Hay pasajes en el libro que me hicieron recordar lo sucedido en una familia de los que fui testigo. Salvando la distancia de la extracción social de los protagonistas, ellos, los Debray alta burguesía, clase media sin grandes recursos esa familia cercana, algunos aspectos del relato son muy similares. El papel que jugaron los padres de Debray  para tratar de librarlo de la cárcel en Bolivia, la sorpresa que se llevaron cuando conocieron la implicación de su hijo en la revolución, la  búsqueda de apoyos  hasta el mismísimo De Gaulle para conseguir que lo liberaran, son similares.  La misma sorpresa de esos  padres que conocí, cuando descubren que su hijo es un aprendiz de revolucionario, afilado al PC , en ese momento motor de la oposición al régimen franquista. El mismo modo de actuar de las dos madres, la de Debray que insistía en conseguir una entrevista con el general Barrientos y el de esa otra madre, tan elegante e inteligente como la primera, aunque sin contactos a los que pedir ayuda, solicitando una entrevista con el alto mando militar que dirigía el cuartel de la ciudad castellana donde su hijo, terminados sus estudios universitarios, cumplía el servicio militar y donde recibía propaganda del PC desde Galicia. La valentía y resolución de la madre lograron la reducción de la pena. Ella misma acompañó a su hijo al cuartel a cumplir dos meses de calabozo. Un asunto menor, desde luego, comparado con el affaire Debray. Un drama mayor. El hijo se salvó en ese momento pero, en aquella familia de padres generosos que vivían para sus hijos, se habían abierto unas fisuras que se los llevaron en un espacio corto de tiempo. Hoy solo sobrevive la hija que, si bien no fue indemne a los estragos de aquellos años convulsos, se apartó a tiempo del sueño revolucionario para intentar llevar a cabo su proyecto de vida, su deseo de construir algo que la ayudase a recuperar aquella infancia perdida.

 Feliz año 2021.

Carmen Glez Teixeira.

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