sábado, 16 de enero de 2021

París

Llegué procedente de París pocas horas antes de que el temporal de nieve obligara a cerrar Barajas, así que por los pelos no tuve que quedarme en Orly. He vivido un París con toque de queda, que comenzaba a las ocho de la tarde y terminaba a las seis de la mañana. Desde la habitación de mi hotel veía un Boulevard Saint-Germain sin transeúntes. Tuve un acto en un teatro parisino y me dieron un salvoconducto, así que una vez paseé por París a las diez de la noche. Me impresionó ver el Pont Neuf vacío y Notre Dame parecía distinta, exhibiendo dos cicatrices recientes: la visible del incendio de hace poco más de un año y la invisible de la pandemia. No hay turistas en París. Ahora comprendemos que el tan denostado turismo también era una manifestación de confianza en la vida. Toda la cordialidad que habíamos sido capaces de de crear se ha desmoronado.

Entro en la maravillosa librería L'Écume des Pages y me topo con las novedades más exitosas. Allí está la celbrada novela de Camille Kouchner, titulada La familia grande, que está siendo el éxito de la temporada en Francia. A su lado veo el último premio Goncourt, que ganó Hervé Le Tellier con L'anomalie. Me hablan con entusiasmo de otra escritora francesa revelación, Sarah Chiche, cuya última novela se titula Saturno. 

Por la tarde, tenía una entrevista en la radio con Laure Adler, la decana del periodismo cultural francés. Admiro a esta mujer tanto como la temo. Me ha hecho las entrevistas más intensas y apasionadas de mi vida. Durante la conversación, Laure rescata un fragmento de un discurso de Albert Camus, en donde dice que él ha escrito siempre sobre quienes padecen la historia, no sobre quienes la hacen. Me quedo pensativo, porque Camus y sus contemporáneos aún podían hacer esta distinción. Hoy ya nadie sabe quién hace la historia, si es que la hace alguien. Tal vez ya no haya voluntades humanas detrás de la historia, sino una alucinación colectiva, así que me tomo un chocolate caliente en una crepería enfrente de mi hotel. Una amiga me dice que en ese hotel siempre se hospedaba Ernesto Sabato cuando estaba en París. 

Aterrizo en Barajas y la nieve me saluda. La nieve, como el turismo, también expresa confianza en la vida. Escribo un tuit diciendo que la nieve es belleza y que se acompaña de silencio, y los haters caen sobre mí. Uno me dice que cuando me quede aislado por la nieve y me muera de hambre no piensa venir a rescatarme con su tractor. Otro, que ojalá me caiga un chuzo en punta sobre mi cabeza de chorlito. Pobre nieve, tendría que haber elegido otro país.

Manuel Vilas, el País, martes 12 de enero de 2021. 

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