lunes, 11 de diciembre de 2023

Otro Napoleón más

Fui al cine con Pilar para ver el Napoleón de Ridley Scott y salía un Bonaparte mayorcísimo. Sobre todo la primera parte, cuando conoce a Josefina y son como una pareja de singles maduros que ligan en un after. No me gustó la película pero eso es lo de menos. Me interesó ver la enésima interpretación del enigma Napoleón. Separatista corso convertido luego en el más francés de todos, revolucionario jacobino que restableció la monarquía imperial, reformador social y a la vez tirano... No es extraño que Napoleón atraiga malentendidos como esta película de Scott, porque él mismo era un malentendido, una anomalía creada por esas fuerzas indomables que son la ambición y la casualidad. Si Scott lo ha hecho mayor de lo que era, ya en su época el caricaturista inglés Gillray le dibujaba bajito sin que lo fuese realmente. Según los estudiosos,  estaba incluso por encima de la media, pero Gillray lo representaba así porque quería mostrarlo como un niño caprichoso que trataba a Europa como su sonajero, y la confusión ha perdurado. Tanto que la desmedida agresividad de los hombres de poca estatura se le llama "complejo de Napoleón" (que los psiquiatras tampoco creen que exista). En efecto, se puede medir  1,90 y tener "complejo de Napoleón".

Chateaubriand, que fue quien entendió mejor a Napoleón, dudaba en sus Memorias de ultratumba de si predominaba el gran hombre o el farsante, para luego llegar a la conclusión de que la parte de farsante era justamente la de gran hombre. Bonaparte desordenó Europa con su caballería y la volvió a ordenar con su Código Civil, pero al final su legado ha sido su personaje. Hoy se le llamaría influencer. Ya en vida, era sobre todo un logo, con su bicornio, su abrigo de campaña y esa mano en la boca del estómago que solo existió en los cuadros, porque era una pose que se asociaba con los romanos y los griegos. Esa puesta en escena le hace más reconocible que, quizá, cualquier otro personaje del pasado. Lo demás era todo falso: ni les dio la mano a los soldados leprosos en Yafra ni se sacó el sombrero ante los austríacos heridos ni atravesó los Alpes con ese caballo sobre el que le pintó David, sino en una mula. que era lo cómodo.

Digámoslo así: Napoleón, que tomó lecciones de interpretación del gran hombre de teatro de su época, François Joseph Talma, fue tan solo el primero de los actores que interpretaron el papel de Napoleón. Lo mismo da ese prototipo que el inquietante de Herbert Lom con su acento checo en el Guerra y Paz de King Vidor. O el melancólico Rod Steiger del Watreloo de Bondarchuk. O el Napoleón mussoliniano  de Abel Gance. O Marlon Brando susurrante y con nariz postiza en Désirée... O mi preferido que es el que se inventa Anouilh en La foire d'empoigne: un charlatán que da palmaditas en la espalda a los veteranos de su ejército y solo se preocupa por cómo le recordará la historia. Pero es igual, el caso es que cuando una figura histórica se ha encarnado tantas veces en tantos intérpretes diferentes su realidad se difumina y se convierte en una ficción basada en hechos reales.

Así que este Napoleón  que se ha imaginado Scott, inseguro, freudiano, cuya relación con Josefina parece la de Dalí con Gala, no es mejor ni peor que otros, sino otro fantoche más para el baile de disfraces en el que ha consistido la posteridad para Napoleón. ¿Cuál es el de verdad? Quién sabe. A lo mejor, aquel primer loco que se puso un gorro de papel en la cabeza, la mano en la camisa y se creyó Napoleón.

Miguel-Anxo Murado. La Voz de Galicia, domingo 10 de diciembre de 2023.

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