Tesson partió de Menton, al borde del Mediterráneo, para llegar a Trieste en una travesía integral de los Alpes. Por el camino iba pisando Francia, Italia, Suiza, Austria, Eslovenia. Eso decían los mapas. Pero él habitaba el país del blanco. Pertenecía a la montaña. A la nieve. Un metro tras otro. Cientos de kilómetros. Suena a trabajos forzados, escribe Sylvain Tesson, pero creerlo así sería un error. Para él es un tesoro. "La definición de la felicidad es tener un hueso que roer". Y de tanto roer nieve, durante los cuatro inviernos en que repartió la travesía, le ha salido Blanco (Ediciones Desnivel), un libro que explora la mística del frio, una crónica llena de metáforas sobre la aventura, el viaje, el esfuerzo y el gusto por el sufrimiento; el abismo explorando el abismo.
Tesson -premio Goncourt, Médicis y Renaudot- partió con su amigo Daniel du Lac, un alpinista pionero en rutas extremas y se les sumó otro por el camino, que les acompañó en la travesía y en los refugios, donde el fuego y el té preceden al camastro. Iban a desplazar la triada del pacto de la ciudad -"confort, docilidad, emoción"- por el pacto de las montañas: "miedo, lucha y alegría". Pronto aprendió Tesson cómo hundirse en el interior de la capucha, sumirse en sí mismo y desafiar al blanco. "Ante tanto frío, entre tanta nieve, hay que fijar un punto en el interior de uno mismo". Una palabra, la evocación de un rostro, de un lugar o de una forma. Es el punto en el que se apoyará el espíritu para hacer palanca y arrastrar el cuerpo hacia delante", explica. Eso hacía él.
Monsieur Teste, alter ego de Paul Valéry, decía: "Odio las cosas extraordinarias, es una necesidad de los espíritus débiles". Cicerón decía: "Llevo todo lo que poseo". Con una prosa con ribetes poéticos y la impronta del aforismo, Tesson se suma a esa estela de epicúreos y afirma que la ligereza es el primer paso hacia la autonomía, que conduce a la independencia, que es otro nombre de la libertad. El blanco, asegura, suprime la ambición y la nostalgia y te concentra exclusivamente en avanzar. Es la patria del sueño muerto.
Pero no van solos los tres. Les acompañan muchos escritores que dejan su huella en la narración. Proust, Rimbaud, Baudelaire, Sartre, Gide, Claudel, Nietzsche, Byron, Saint-Exupéry, Pascal. Aragon, Mallarmé, Stendhal, Rilke, Gautier, Victor Hugo, Camoës, Cendras, Chautebriand. Una legion de alpinistas del pensamiento que, sin crampones ni piolets, les ayudan a responder esas grandes preguntas que despierta el frío: ¿Por qué subir a las montañas? ¿Por qué continuar?
"La voluntad", responde Tesson, "es una fiera. Reclama su porción de carne: uno sueña con la próxima partida apenas disfrutado el reposo". Si a alguien no le convence el rugido de esa fiera, Tesson esgrime un último argumento: la recompensa. "Tener calor cuando se ha tenido frío es más regocijante que comer perlas de trufa en un jacuzzi lleno de champán...
Paco Cerdá. El País, sábado 2 de diciembre de 2023.
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