Autoretrato de Élisabeth Louise Viguée (1787) |
Asegura esta pintora que no encontró en su vida un rostro más encantador. Un halago inmenso porque esta artista conoció muchos rostros: posaron para ella reyes, príncipes, aristócratas... "las más antiguas y famosas casas de las capitales europeas, cuenta el historiador francés Marc Fumaroli, que le dedica el libro Mundus muliebris. Elisabeth Louise Vigée Le Brun, pintora del Antiguo Régimen femenino (Acantilado).
"Mozart femenino de la pintura del retrato", así llama Fumaroli a esta artista de vida intensa que protagonizó el asombroso logro de convertirse en la retratista de María Antonieta, algo insólito por varios motivos: era plebeya, no era académica... y era mujer.
María Antonieta la eligió porque se sentía cómoda con ella. Las sesiones eran agradables, ambas coincidían en la idea de irradiar una imagen de sencillez. Y, además, Élisabeth Louise Vigée (madame Le Brun tras su matrimonio) pintaba muy bien y daba un retoque especial a sus retratos. A la reina, por ejemplo, la pintó con un sencillo vestido de muselina que escandalizó en Versalles y le pidió también que no usara talco. A veces cambiaba la indumentaria de sus modelos añadiendo pañuelos a modo de echarpes o sugería nuevos peinados y contribuía así a cambios en la moda de la época.
A María Antonieta la dulcificó. Mostró una imagen de la reina como madre responsable, de mujer de Estado; intentó -dice Marc Fumaroli- "cambiar en favor de la reina una opinión pública irreconciliable con ella". No lo consiguió. "Por más que multiplicó las maternidades y se disfrazó de granjera o de pastora, María Antonieta se convirtió en el talón de Aquiles de Luis XVI, concluye Fumaroli.
Su retratista no pudo cambiar la imagen frívola, despilfarradora, irresponsable de la reina de Francia y además, unió su destino al de ella: la pintora recibió su parte en los panfletos de odio dirigidos contra la soberana. Pero también el haber sido su retratista le permitió acceder a la Académie Royale y le abrió las puertas de los salones de la realeza y la aristocracia en sus años de exilio.
La pintora escapó por los pelos de la Francia revolucionaria y durante doce años deambuló por Europa, de palacio en palacio, pintando a hombres, pero sobre todo a mujeres ilustres (como lady Hamilton), a reinas (las de Nápoles y Cerdeña), siendo invitada de Catalina la Grande, o retratando al príncipe de Gales y a las hermanas de Napoleón Bonaparte.
Increíbles so las andanzas de esta francesa autora de un "repertorio antropométrico imprevisto de degollados de los dos sexos", dice Marc Fumaroli. En efecto, la mayoría de sus modelos durante las décadas de 1770 y 1780 perdió la cabeza, como Mará Antonieta...
Fátima Uribarri. XL Semanal, 6 de enero de 2024.
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