Villa Noailles. (Manuel Vázquez)
Buscando arquitecto para su casa en la Costa Azul, los vizcondes de Noailles estuvieron a la altura de su ambición que era desmedida. Mies van der Rohe y Le Corbusier renunciaron. La tercera opción fue Robert Mallet-Stevens, modernísimo proyectista y decorador de cine que en aquel 1923 apenas tenía nada construido. Villa Noailles, su creación, suele definirse como un château cubista, pero es una obra de arte total, cual ópera wagneriana o fantasía del carnaval de Tenerife.
Algo de trampantojo hay en Villa Noailles, aunque esté en un registro estético opuesto al carnavalesco. Se da por hecho que está construida en hormigón, cuando en su mayoría se compone de piedra y ladrillos recubiertos de cemento. Así se alza sobre una colina frente a la localidad provenzal de Hyères. La novelista Edith Wharton contemplaba con desconfianza aquellos cubos desde su vecina morada neorrománica. Pero despertar suspicacias en el universo encarnado por Wharton formaba parte del placer que Marie-Laure y Charles de Noailles obtenían de todo aquello.
Mari-Laure de Noailles, de soltera Bischoffsheim (París, 1902-1970), era producto de una fabulosa mezcla de linajes: por parte de una madre noble, tenía ancestros como el marqués de Sade, y su abuela, Laure de Sevigné había servido a Proust de inspiración para la duquesa de Guermantes de En busca del tiempo perdido, lo que al parecer no le impidió ser la primera mujer en pronunciar públicamente la palabra "mierda". Por el lado paterno se extendía una estirpe de banqueros judíos germanobelgas: muertos su padre y su abuelo, niña aún, se convirtió en única heredera de una fortuna. De adolescente estuvo enamorada del escritor y artista Jean Cocteau, para horror de la familia, que respiró aliviada cuando en 1923 celebró su boda con el vizconde Charles de Noailles (París, 1891- 1981), vástago de un añejo linaje nobiliario. Sus congéneres los llamaban "los Charles": cultos y dinámicos no se conformaban con lo que aquel mundo polvoriento podía ofrecerles, y se propusieron reinar sobre la vanguardia.
Reformaron su residencia parisiense, el florido château Bischoffsheim con la ayuda del interiorista Jean-Michel Frank, que cambió moldura y empanelados por revestimientos de pergamino y paja, sobre los que colocaron su portentosa colección de arte: Goya, Van Dyck o Wateau convivieron así con Picasso, Balthus o Dalí (...)
La casa se pensó como residencia para el asueto invernal, cuando lo civilizado era pasar los meses fríos en el Mediterráneo y los cálidos en las costas norteñas. Pese a su aparente austeridad, contaba con elementos de confort poco comunes: calefacción central, armarios empotrados, teléfono, baño en cada habitación, y un reloj en cada estancia, diseño del artista Jourdain. Y más moderna aún era una piscina cubierta sobre la que pendía un trapecio en el que ejercitarse antes del chapuzón. Al lado un gimnasio y una pista de squash...
El mobiliario estaba firmado por Djo-Bourgeois, Chareau, Prouvé, Grey o Perriand. Los vitrales eran creación de Louis Barillet. En un jardín cubista, obra de Gabriel Guevrekian, había una escultura giratoria de Lipchitz... Durante la II Guerra Mundial, el edificio fue tomado por las tropas italianas y convertido en hospital... Tras la muerte de Marie-Laure en 1970, Charles recuperó los muebles y las obras de arte y vendió al gobierno municipal de Hyères la casa. En la década de 1990 fue restaurada y comenzó a albergar el festival anual de moda y foto que se celebra allí desde 1985, con lo que vuelve a recibir artistas. En lo alto ondea el retrato de Marie-Laure por Man Ray: Villa Noailles sigue llena de vida.
Ianko López. El País Semanal, 28 de diciembre de 2023.
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