Al poco de entrar en Cien Fuegos ("la última librería latinoamericana de París", dicen en su web), te ofrecen un café que sienta de maravilla en medio de la cruda y fría, ventosa tarde de invierno. Y uno comienza a entretenerse ahí hojeando libros. En uno de John Cage, Indeterminación, encuentro una sutil declaración de fe en la ficción: "Cuando a Sri Rama krishna se le preguntó por qué, siendo Dios tan bueno, existe el mal en el mundo, respondió: Para hacer más densa la trama". No tardo en detectar libros que se anuncian como "autoficciones" como si el Quijote y todas las demás no lo fueran. O, mejor dicho, no fueran simplemente "ficciones": historias inventadas que por supuesto tienen elementos de realidad. Justo cuando afuera arrecia el viento, empiezo a detectar libros que prometen hablar de "hechos reales", esa tendencia literaria también tan extraña, porque parece que no vivamos todos bien saturados de sucesos reales. Y acabo sospechando que nos obsesionan tanto esos hechos porque en realidad rara vez vemos alguno. Cien Fuegos, en la Rue de la Forge Royale, se considera sucesora directa de dos locales legendarios que desgraciadamente acabaron quebrando: la librería Hispanoaméricaine de Monsieur le Prince y la no menos mítica Librería Española de Antonio Soriano, de la Rue de la Seine. Cien Fuegos la regenta Miguel Angel Petrecca, poeta argentino que vivió en Pekín y ha traducido recientemente una antología de narrativa china actual, Después de Mao y un relato largo del imprescindible Ge Fei. Hay fotografías de Rulfo en las paredes, y también imagénes de presentaciones de libros de Eduardo Berti, Un padre extranjero y de Raúl Zurita, Inri. Y diría que han comenzado a recuperar la memoria de una tradición secular, la fértil relación de la ciudad con la cultura latinoamericana... En Cien Fuegos, "lo latinoamericano aún funciona, sutura heridas, combate problemas y mantiene viva la memoria de cuando exiliarse en París era pasar a formar parte de una comunidad tan dura como solidaria. Afuera, ha comenzado a llover mientras en el interior la trama se está haciendo más densa. Espío las risas fraternales y la alegría de los que van llegando y, al echar un vistazo a Mi último refugio, aquella cantina en el desierto que fotografiara Rulfo, regresan para mí viejas escenas del pasado, imágenes de la librería española de Antonio Soriano, y acabo entreviendo hoy aquí, al igual que entonces, ciertos rostros furtivos, marcados por la pena de la lejanía y del desamparo. Desde ese ángulo tirte todo sigue igual, la comunidad no ha cambiado, el mismo sordo dolor que descubrí hace décadas, recién llegado ala ciudad. Pero persiste también la tenaz voluntad, sorprendente si se quiere, de sobrevivir aquí: la historia repitiéndose, la misma luz de lluvia de aquellos días.
Enrique Vila-Matas. Café Prec. El País, martes, 10 de enero de 2017
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