domingo, 17 de septiembre de 2017

Espacios lisboetas donde brilla "lo francés"

Se preguntarán algunos lectores por qué desde hace varias semanas ha cambiado la imagen de cabecera del blog. Sólo en parte ha cambiado. Es, de nuevo, un río. Un río que sigue su curso, igual que el anterior, hacia el Océano Atlántico. Ambos casi en la desembocadura. Pero, si en la anterior imagen, además del agua, eran los árboles del paseo los protagonistas, ahora es el puente el que acapara nuestra atención. Soy de interior.  EL río constituye el recuerdo de mi infancia que, como dice el poeta, nuestra patria es. Y este puente, que no es un puente cualquiera, ya que lleva el nombre de un hecho histórico entre el hoy y el ayer, une las dos riberas, en el espacio y el tiempo.   El puente es un paso más en la configuración de leer y tejer, que con su quehacer cotidiano, persigue en cierto sentido lo mismo, tender puentes entre nosotros, atar los lazos, anudar los cabos sueltos.

El puente de Nantes de Corot
No quiero despedirme de Lisboa sin unos  últimos apuntes sobre tres lugares tan lisboetas como franceses en los que uno se siente en la patria común que es Europa. Empezaré por la Fundación Gulbenkian que por su proximidad al hotel  se nos hizo familiar ya que todas las mañanas iniciamos nuestros paseos bordeando sus jardines presididos por la estatua de Calouste Sarkis Gulbenkian, un acaudalado filántropo armenio que, a su muerte en 1955, donó al gobierno portugués sus bienes entre ellos su colección de cerca de seis mil piezas El edificio fue construido para acoger un conjunto de cerca de seis mil piezas y en su mansión se instaló la Fundación. En la Colección del Fundador hay varias salas dedicadas a Francia: Artes decorativas francesas del siglo XVIII, pintura y escultura francesa de finales del XIX y principios del XX. Y una sala completa dedicada a René Lalique, considerada única en el mundo, adquirida por el coleccionista directamente del artista.  Hubiéramos necesitado mucho más tiempo para poder contemplar el desfile de pintores franceses, cada uno con varias obras, de Fragonard y Corot a Cézanne, Renoir, Manet, Monet, Degas,  entre otros. Ahora en mi recuerdo traigo aquí un selección mínima de tres de esas pinturas que me gustaría colgar en las paredes de este blog,  para acompañar a otras de las que he hablado en otras ocasiones: El puente de Nantes de Corot, Las pompas de jabón de Manet,  El Deshielo de Monet. Cuando salimos a los jardines pienso en dos lugares en los que el ambiente que se respira es el mismo: el Museo de Orsay en París y el Thyssen de Madrid.

El museo Berardo

En nuestro último día en Lisboa, en un autobús de los que salen de la plaza del Marqués de Pombal nos dirigimos a Belém para visitar  Los Jerónimos, que tanto me había gustado en una de mis primeras visitas. Apenas reconocí el espacio al llegar, el monasterio había perdido su color dorado y se mostraba en un gris sucio, restándole grandeza; la arboleda donde entonces habíamos dejado el coche, había desaparecido, sustituida ahora por un enorme parking en superficie. Y la cola interminable para acceder al interior nos hizo renunciar  a la visita. Un tanto decepcionadas nos encaminamos hacia la Torre de Belém, emblema de Lisboa, símbolo de la expansión portuguesa a través del mundo. Pero lo que encontramos enseguida fue otra torre o fortaleza de enormes proporciones y de reciente construcción. Tardamos unos minutos en identificarlo: es el Centro Cultural de Belém. Un inmenso edificio construido en la misma piedra caliza que Los Jerónimos que desempeña un importante papel en la vida cultural portuguesa. Es un proyecto de los arquitectos Vittorio Gregotti y Manuel Salgado, inspirado en una fortaleza siria. Acoge desde 2007 el Museo  Berardo, un multimillonario madeirense con su imponente colección de arte moderno y contemporáneo. Admiramos la colección de escultura: Moore en los jardines en altura por donde accedimos  a una plaza abierta o atrio de grandes proporciones, con Les Baigneuses de Niki de Phalle y otra de Calder, Red Stabile. Un lugar que inevitablemente nos hace pensar en Beaubourg y en La Défense de París. Para salir descendemos por unas estrechas callejuelas  de la fortaleza que desembocan, ahora sí ante la Torre de Belém, que sigue tan bella como siempre sin moverse del sitio donde la colocó el terremoto de Lisboa

Nuestra adiós a Lisboa lo hacemos en la Casa de Pessoa, tan sobria y austera como su vida. Lo único que se conserva de sus enseres es su dormitorio, escenario de tantos de sus textos, de sus insomnios, de sus desvelos. De regreso a mi ciudad, en una librería recién abierta, encontré un librito: Lisboa de Fernando Pessoa. Y aunque han pasado tantos años desde su muerte, en 1935, pude reconocer la ciudad en la visita que propone acompañando al viajero. Su explicación sobre Los Jerónimos y la importante influencia francesa en el edificio es una de las citas pendientes para otra ocasión. También de él tomo prestadas estas palabras para cerrar nuestra visita a Lisboa:

"De cualquier viaje, por pequeño que sea, regreso como de un sueño....ebrio de lo que ví"

Carmen Glez Teixeira


No hay comentarios:

Publicar un comentario