domingo, 10 de septiembre de 2017

De Versalles a Queluz

En la Feria del Libro de Madrid de 2016 que había sido dedicada a Francia y a su literatura me llamó la atención C'était Versailles (Alain Decaux,éditions Berger-1962), reeditado varias veces, la última en 2007 por Éditions Perrin. He estado numerosas veces en el Château, casi siempre con los alumnos. Era visita obligada en los viajes con ellos a París. Es un lugar en el que siempre descubro algo nuevo y que ha ido acrecentado mi interés. El libro por supuesto me tentó. En el prólogo el autor declara sus intenciones: "Quise, en C'était Versailles, evocar sus sombras. Fuí a su encuentro. Las interrogué... Mi deseo se vería cumplido si el lector después de leer estas páginas, sintiese la tentación de ver de nuevo Versalles". Era uno de los libros, todavía sin leer, que a principios de  las vacaciones me propuse hacerlo. Y fue el segundo que empecé. Había leído unas 100 páginas, cuando  otras lecturas, ha sido un verano bastante agitado en ese sentido, se cruzaron por el camino y aún sigue reclamando mi atención cada vez que lo veo sobre mi cómoda. Y hasta tengo la impresión de que se ríe de mí cuando lo miro por la sorpresa que me aguardaba en mi viaje portugués: Queluz. Ignoraba por completo, hasta una semana antes del viaje, que existiese, a 15 minutos de Lisboa, una residencia real del siglo XVIII, inspirada en Versalles. Sabía de la influencia del palacio en las cortes europeas, desde Rusia hasta en incluso en Brasil. En España tenemos La Granja en Segovia. En mi primera visita a Lisboa había estado en Sintra pero hasta ahora no había oído ni una sola palabra sobre Queluz.


...está estación es mejor que la de Belas para ir al palacio
de Queluz, está más cerca"...

Partimos en tren de la estación del Rossio de finales del siglo XIX.  La fachada con sus dos grandes puertas con forma de herradura, profusamente decoradas, está rematada por una torre  y su reloj. Una maravilla del arte neomanuelino que nos hace pensar que entramos en un teatro o en un palacio. En el interior, los andenes están en altura, por encima del nivel del suelo, ya que la estación se encuentra en una de las colinas del Barrio Alto y hubo que adaptar las instalaciones al desnivel. La impronta francesa está esta vez en los techos de hierro forjado que cubren los andenes, de más de 20 metros de altura, obra de Gustave Eiffel. Comentando contentas este nuevo hallazgo, dejamos pasar la estación Queluz-Belas donde debíamos bajarnos. Un tanto avergonzadas por el despiste bajamos en la siguiente, Monte Abraao. Buscando ayuda para deshacer el entuerto, nos dirigimos a unos policías acomodados en una pequeña salita. Uno de ellos, con una amplia sonrisa nos acompañó a la salida  y nos mostró a unos 500 metros una gran arboleda, los jardines de Queluz. Se despidió diciéndonos, en un suave portugués: "Hicieron bien, está estación es mejor que la de Belas para ir al palacio de Queluz, está más cerca"...

Salón del trono del palacio de Queluz

Faltan unos minutos para las diez de la mañana y un pequeño grupo de viajeros aguardamos que se abran las puertas del palacio para comenzar la visita. Tiempo para observar, desde esta puerta de entrada, lateral o trasera, el palacio de marcado estilo barroco francés, en colores pastel. con numerosos ventanales, aunque las proporciones parecen menores dándole un carácter más íntimo. Iremos descubriendo su historia a lo largo de la visita. Comienza, como en Versalles: un pabellón de caza que se transforma en palacio de verano en 1.747, siendo rey D. Pedro III. El arquitecto fue entonces Mateus Vicente,  el estilo, el rococó. En 1760 Pedro III se casa con Dña María, el palacio vuelve a ser ampliado, ahora por el arquitecto de origen francés Jean-Baptiste Robillion autor de los primeros salones que atravesamos: el Salón del Trono, la Sala de la Música y el Salón de los Embajadores. En el Salón del Trono nos sentimos transportadas a la Galería de los Espejos de Versalles, tan perfecta es la copia. La capilla, rococó portugués y las estancias privadas, son más  sobrias que las de Versalles y con más elementos de carácter  personal. Pasamos por una pequeña y cuidada sala de fumadores de la época (sala do fume) y por un impresionante Pasillo de los azulejos que representan las estaciones. El palacio será residencia permanente de la corte desde 1794 hasta 1807, cuando la corte se traslada a Brasil, ante la cercana invasión de los  ejércitos franceses ya en territorio español. En 1908 , el rey D. Manuel II , dos años antes de la proclamación de la República, cede el palacio al Tesoro Público y se convierte en propiedad del Estado. 

La visita de los jardines rompió la calma del interior del palacio. La mayor parte de los jardines, trazados igualmente por Robillion, a la francesa con estatuas, balustradas, lagos y azulejos se encuentran en restauración. Una tormenta que se anunciaba por el intenso calor de la mañana acabó por estallar, lo que nos obligó a refugiarnos en la cafetería donde además de tomarnos un bocado, un boliño de bacalao, pudimos admirar la lluvia sobre las escalinatas que conducen  al huerto, al lago, al bosque  de este palacio, tan fuera de nuestro tiempo. 

"El intimismo galante, escondido, discreto, es uno de los encantos de Queluz". José Augusto Fraga, Lisboa pombaliana, 1987 "...está estación es mejor que la de Belas para
 ir al palacio de Queluz, está más cerca"...
Carmen Glez Teixeira

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