lunes, 18 de septiembre de 2017

Papá está en el fondo del mar

En un viejo libro de Jacques Yves Cousteau, el protagonista de Rushmore (1988) se encuentra una nota manuscrita en los már-genes:"Cuando un hombre por cualquier motivo, tiene la opor-tunidad de llevar una vida extraordinaria, no tiene derecho a guardársela para sí mismo". Era una frase del celebre oceanógrafo, personaje que tuvo que de-sempeñar un importante papel en la educación sentimental de Wes Anderson, toda vez que el cineasta volvió a él dedicándole una película entera -The Life Aquatic (2004)-, donde le imaginaba como su padre simbólico: una inmadurez melancólica bajo un icónico gorro rojo que había dejado afectos filiales en cada puerto. Jacques, el biopic que Jérôme Salle ha consagrado a Cousteau, es como el complemento de no ficción al fantaseo generacional de Anderson: aquí también hay un padre remoto y no uno, sino dos niños perdidos, castigados por el fulgor narcisista del patriarca. Uno de ellos Philippe, será el predilecto y, al mismo tiempo, el mayor problema de ese descendiente del capitán Nemo al que nunca gustará demasiado que se las canten claras en cuestión de afecto familiar y coherencia medioambiental. El otro, Jean-Michel, autor de uno de los dos libros -Mon père le commandant- que sirven de base documental par la película -el otro es Capitaine de la Calypso, de Albert Falco e Yves Paccalet, miembros de la tripulación-, condenado a ser el eterno segundón, el no elegido para prolongar el proyecto paterno. En la superficie de Jacques, una idea disfuncional de la familia mece su crispación sobre el silencio y la belleza  inabarcables de ese mundo submarino que Cousteau convirtió en refugio y territorio de su automitificación. La relación entre Jacques y su hijo Philippe proporciona a esta película su conflicto central, mientras no deja de sonar el rumor de la ruina económica sobre el pulso entre utopía y pragmatismo que define la trayectoria de su icono colocado en el cadalso del biopic insidioso. Esa relación paternofilial se revela más llena de matices y contradicciones que la interpretación de un Lamber Wilson que ahoga todo trazo amable o positivo que podía aportar al personaje...
J.C. El País, viernes 15 de septiembre de 2017

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