Cuando uno llega a Lisboa desde el norte, en coche, de noche, y tiene la suerte de alojarse en un hotel de la Plaza de España, no sabe muy bien cómo se producirá el encuentro ni qué grata será la sorpresa que le aguarda, en su primer paseo bien de mañana. Con el plano en mano iniciamos el recorrido hacia la Baixa en un jardín, muy cerca del hotel: el parque de Eduardo VII que, aunque lleva el nombre de un monarca inglés, es un elegante ejemplo del estilo francés con sus laberintos, sus setos recortados y sus dos estufas, la fría y la caliente. Su puerta principal la encontramos descendiendo, en una plaza, el punto neurálgico de la ciudad donde confluyen las grandes avenidas. En el centro de la plaza, la estatua del Marqués de Pombal mirando hacia el Tajo, hacia la Baixa. El 1 de noviembre de 1.755 un terremoto seguido de un tsunami dejó a la ciudad en ruinas: "el fin del mundo ha llegado"(Candide, Voltaire). La Iglesia do Carmo, destruida por el seísmo es hoy una estructura a cielo abierto, que da O Largo do Carmo, una placita sombreada que invita a sentarse. El Marqués de Pombal, entonces primer ministro, un liberal ilustrado, fué el que dirigió la reconstrucción casi inmediata de la ciudad, creando un estilo propio: edificios resistentes a los terremotos, manzanas grandes, calles rectilíneas, que culmina en la Baixa Pombaliana. Durante mucho tiempo fue el distrito urbano más envidiado de Europa, un barrio modelo edificado según los principios de la Ilustración. Esplendor de la Plaza del Comercio. Pero aún no hemos llegado. Bajando hacia el Tajo por la Avenida da Liberdade estamos en Restauradores donde encontramos la primera muestra de art déco en el Edén Teatro (inaugurado en 1937) que conserva una parte de su fachada, mitad art déco, mitad futurista. Ya en el Rossio, otra fachada art déco, la del café Nicola. Es casi mediodía cuando, después de una parada en una sombrerería, el sol es ahora inclemente, desembocamos en la Plaza do Comercio a través del Arco de la Rua Augusta (inaugurado en 1873) en cuya terraza se levanta una estatua en la aparecen la Gloria, el Genio y el Valor, del francés Célestin-Anatole Calmels. Enseguida nuestros ojos se dirigen a la estatua ecuestre del rey José. Una estatua que sigue la tradición francesa a la manera de Luis XIV, según los cánones implantados en la Europa del despotismo ilustrado. Símbolo de la Lisboa pombalina, dedicada a la memoria del rey José bajo cuyo reinado se realizaron los trabajos de reconstrucción de la ciudad.
Las viajeras ya han pasado por Lisboa otras veces, cada una por su parte. En mi caso la primera vez hace 41 años con mi marido que aún no lo era y otra más con él y con nuestros hijos unos diez años después. Hoy, cuando le comenté a mi hijo que iba a escribir sobre Francia desde Lisboa, se rió: "Todo el mundo sabe que Lisboa y en general Portugal son mucho más british que francesas" . Sin embargo lo que importa es la mirada. En mis dos viajes anteriores mis intereses eran otros y no la ví como la veo ahora. Hubo una preparación, unas lecturas, además de las guías que manejamos cada una, dos libros ayudaron a preparar el viaje: Como la sombra que se va (A.Muñoz Molina, 2014) y la primera mitad del El libro del desasosiego de Pessoa. Hoy solo les hablaré del primero para no extenderme demasiado. A él le debo gran parte del encanto, de la magia con los que la ciudad nos envolvió.Y sólo mencionaré las diferentes llegadas a la ciudad que el escritor describe y que al leerlas guardé como las variantes de un mismo motivo hechas por un pintor. Un amigo del escritor le habla de su llegada a Lisboa y poco tiempo después el propio escritor llega en tren a la ciudad. Tres días, dos noches, en 1987. Decide incorporar la ciudad a la novela que está escribiendo y que llevará su nombre, Un invierno en Lisboa. El protagonista de Como la sombra que se va, huyendo de un crimen se refugia en Lisboa en 1968. De nuevo el escritor viene a la ciudad en diciembre de 2012 a encontrarse con su hijo que vive aquí. Todos hablan del deslumbramiento que sienten al llegar por primera vez a la Plaza do Comercio: "de la estatua de un rey a caballo en el centro", "de la luz repentina, muy blanca reverberando en la piedra de los edificios", "la plaza más despejada que había visto nunca, uno de sus lados estaba abierto al Tajo"....
El elevador de Santa Justa (1901) es un ascensor cuya construcción se encargó al ingeniero portugués, de origen francés, Raúl Mesnier de Ponsard, muy influido por Gustave Eiffel. Facilita la subida al Chiado desde la Baixa. Las viajeras suben las escaleras ante una cola interminable. Disfrutamos de una vista sobre Lisboa desde la terraza situada en la plataforma superior del elevador a 32 metros de altura. Es uno de los miradores con los que cuenta esta ciudad y que recuerda los de Roma, París o Estambul. Paseando por Chiado, subimos y bajamos varias veces buscando otro lugar "francés", bastante escondido y que los lisboetas a quienes preguntamos desconocen: el Museo Nacional do Chiado. La guía nos informa del interés del edificio reconstruido tras el incendio de 1988 por el arquitecto francés Jean-Michel Wilmotte que hizo una elegante remodelación. Lo encontramos pero no pudimos visitarlo, llegamos cinco minutos después de las seis y estaba cerrado. Mientras hacíamos una pausa en el Café Brasileira descubrimos justo en la acera de enfrente el rótulo de un gran tienda París em Lisboa , fundada en 1888 que conserva su aspecto original, con su marquesina art déco, especializada en ropa blanca. Otras tiendas llevan también nombres franceses, además de las grandes marcas instaladas la mayoría en la Avenida da Liberdade, como Amélie au théatre en el Barrio Alto. Y los restaurantes. En la terraza de Le Petit Café, en la Alfama, cenamos al bajar del mirador de Santa Lucía o la pastelería Versailles, en la avenida de la República, con su decoración belle époque, un café de 1920. Pero sin duda la sorpresa mayor fue el escaparate de las porcelanas Vista Alegre, en el mismo barrio del Chiado con la presentación de la nueva colección firmada por Christian Lacroix.
Para unas viajeras rastreadoras de señales de Francia em Lisboa fue una buena cosecha. Lisboa nos ofreció mucho más desde luego: sus librerías, sus jardines, su música, algunas de sus iglesias y al lado del hotel, la Fundación Gulbenkian con su colección extraordinaria en la que Francia ocupa un lugar importante. Quedan muchas cosas que contarles, lo haremos poco a poco con ese ritmo pausado, sereno de Portugal. Como nos dijo un camarero de cierta edad del Café Nicola:"Los españoles siempre tienen mucha prisa".
Carmen Glez Teixeira
Las viajeras ya han pasado por Lisboa otras veces, cada una por su parte. En mi caso la primera vez hace 41 años con mi marido que aún no lo era y otra más con él y con nuestros hijos unos diez años después. Hoy, cuando le comenté a mi hijo que iba a escribir sobre Francia desde Lisboa, se rió: "Todo el mundo sabe que Lisboa y en general Portugal son mucho más british que francesas" . Sin embargo lo que importa es la mirada. En mis dos viajes anteriores mis intereses eran otros y no la ví como la veo ahora. Hubo una preparación, unas lecturas, además de las guías que manejamos cada una, dos libros ayudaron a preparar el viaje: Como la sombra que se va (A.Muñoz Molina, 2014) y la primera mitad del El libro del desasosiego de Pessoa. Hoy solo les hablaré del primero para no extenderme demasiado. A él le debo gran parte del encanto, de la magia con los que la ciudad nos envolvió.Y sólo mencionaré las diferentes llegadas a la ciudad que el escritor describe y que al leerlas guardé como las variantes de un mismo motivo hechas por un pintor. Un amigo del escritor le habla de su llegada a Lisboa y poco tiempo después el propio escritor llega en tren a la ciudad. Tres días, dos noches, en 1987. Decide incorporar la ciudad a la novela que está escribiendo y que llevará su nombre, Un invierno en Lisboa. El protagonista de Como la sombra que se va, huyendo de un crimen se refugia en Lisboa en 1968. De nuevo el escritor viene a la ciudad en diciembre de 2012 a encontrarse con su hijo que vive aquí. Todos hablan del deslumbramiento que sienten al llegar por primera vez a la Plaza do Comercio: "de la estatua de un rey a caballo en el centro", "de la luz repentina, muy blanca reverberando en la piedra de los edificios", "la plaza más despejada que había visto nunca, uno de sus lados estaba abierto al Tajo"....
El elevador de Santa Justa (1901) es un ascensor cuya construcción se encargó al ingeniero portugués, de origen francés, Raúl Mesnier de Ponsard, muy influido por Gustave Eiffel. Facilita la subida al Chiado desde la Baixa. Las viajeras suben las escaleras ante una cola interminable. Disfrutamos de una vista sobre Lisboa desde la terraza situada en la plataforma superior del elevador a 32 metros de altura. Es uno de los miradores con los que cuenta esta ciudad y que recuerda los de Roma, París o Estambul. Paseando por Chiado, subimos y bajamos varias veces buscando otro lugar "francés", bastante escondido y que los lisboetas a quienes preguntamos desconocen: el Museo Nacional do Chiado. La guía nos informa del interés del edificio reconstruido tras el incendio de 1988 por el arquitecto francés Jean-Michel Wilmotte que hizo una elegante remodelación. Lo encontramos pero no pudimos visitarlo, llegamos cinco minutos después de las seis y estaba cerrado. Mientras hacíamos una pausa en el Café Brasileira descubrimos justo en la acera de enfrente el rótulo de un gran tienda París em Lisboa , fundada en 1888 que conserva su aspecto original, con su marquesina art déco, especializada en ropa blanca. Otras tiendas llevan también nombres franceses, además de las grandes marcas instaladas la mayoría en la Avenida da Liberdade, como Amélie au théatre en el Barrio Alto. Y los restaurantes. En la terraza de Le Petit Café, en la Alfama, cenamos al bajar del mirador de Santa Lucía o la pastelería Versailles, en la avenida de la República, con su decoración belle époque, un café de 1920. Pero sin duda la sorpresa mayor fue el escaparate de las porcelanas Vista Alegre, en el mismo barrio del Chiado con la presentación de la nueva colección firmada por Christian Lacroix.
Para unas viajeras rastreadoras de señales de Francia em Lisboa fue una buena cosecha. Lisboa nos ofreció mucho más desde luego: sus librerías, sus jardines, su música, algunas de sus iglesias y al lado del hotel, la Fundación Gulbenkian con su colección extraordinaria en la que Francia ocupa un lugar importante. Quedan muchas cosas que contarles, lo haremos poco a poco con ese ritmo pausado, sereno de Portugal. Como nos dijo un camarero de cierta edad del Café Nicola:"Los españoles siempre tienen mucha prisa".
Carmen Glez Teixeira
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