lunes, 11 de septiembre de 2017

Mutaciones de cuerpo y alma

Fotograma de El amante doble
"Se le erizó el cabello y se fotograma de El amdesplomó exámine del horror que sentía. ¿Y cómo no? El señor Goliadkin había reconocido enteramente a su amigo nocturno. Su amigo nocturno no era otro que él mismo...". Es el terror ante uno mismo o quizá el terror de uno mismo. El ruso F. Dostoyevski en su novela de 1846 El doble, fue uno de los primeros autores en acercarse desde una perspectiva plenamente psicológica a la figura de lo que los alemanes llaman doppelgänger, nuestro gemelo fantasmagórico, ahora de moda, siempre presente desde la mitología griega a la literatura de muy diferentes épocas. Y esas dos preposiciones escritas en cursiva, ante y de, son de nuevo la clave en el pe(último) acercamiento a la figura del gemelo malvado: El amante doble, intriga de François Ozon basada en un relato de Joyce Carol Oates, que abarca no solo un juego de espejos interior sino también una duplicación exterior de múltiples referencias literarias y cinematográficas. En la nueva película  del francés, de filmografía tan interesante como desigual, el combate entre el sueño y la razón, entre lo que se muestra y lo que existe, entre lo que vemos y lo que creemos ver, presente en obras como Swimming pool (2003) y En la casa (2012), resurge con potencia en ciertos aspectos. La carga de erotismo de El amante doble, el desafío interior de su personaje protagonista, una joven perdida entre la represión y el deseo, y la inquietante belleza exterior de su intérprete, Marine Watch, llevan a la película hasta lo inapelable. Ozon, cada vez más preocupado por la forma, despliega una imagen de tonos pardos, apesadumbrados, sin llegar  a la grisura de Enemy, de Villeneuve, el mejor acercamiento al tema del doble de los últimos tiempos, pero con el estilo de quien arriesga incluso con la duplicación de imágenes en pantalla....Más allá de la validez del giro final, que es casi lo de menos, hay en El amante doble una desquiciante ausencia de autenticidad que no evita que uno se vaya tragando cada secuencia con el regusto de lo inevitable: es nuestro lado perverso, nuestra vil sombra que no puede dejar de ver el juego prestidigitador de una mujer fascinante.
J. O. El País, viernes 8 de septiembre de 2017

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