jueves, 2 de noviembre de 2017

Sobre la mentira, el disimulo y la sinceridad

Un ejemplo de salón literario francés
El año pasado, Acantilado publicó Retratos de mujeres, colección de 14 perfiles biográficos, escritos por Sainte-Beuve, sobre otras tantas damas que habían regentado salones literarios en Francia desde comienzos del siglo XVII hasta bien entrado el XIX. Aunque en este libro no figura la pionera Madeleine de Scudéry (1607-1701) -a quien Sainte-Beuve también estudió y a la que alude en varias ocasiones-, el volumen que llega hasta Madame de Staël y Madame de Récamier, explica perfectamente las características cambiantes de esos salones y de las brillantes mujeres que los promovieron, generalmente vinculadas a la nobleza y a la alta burguesía. Sí figuran en Retratos de mujeres, entre otras, Madame de Sevigné y Madame de Lafayette, contemporáneas -más jóvenes-, amigas y colegas de salón de Madeleine de Scudéry, de quien ahora Siruela edita dos textos -traducidos y prologados por Ángeles Caso- bajo el el título de Sobre la mentira, el disimulo y la sinceridad. Esas tres mujeres sentaron las bases de la moderna literatura francesa, siendo muy especialmente relevante la aportación de la novela de Madame de Lafayette con La princesa de Clèves (1678). La auténtica pionera de estos salones fue la italiana Catalina de Vivone (1588-1665), marquesa de Rambouillet, que recibía a mujeres y hombres jóvenes, aristócratas y artistas, en su dormitorio (la habitación azul) del Hôtel de Rambouillet, junto al Louvre. Madeleine de Scudéry junto con su hermano frecuentó esas tertulias al llegar a París y, posteriormente, abrió su propio salón en el barrio del Marais, convocando los sábados (Société du Samedi) a sus ilustres invitados, entre los que se encontraban, aparte de las madames ya citadas, el fabulista Jean de La Fontaine y el maximalista François de la Rochefoucauld. El objetivo primordial de estos salones de culto e inteligente esparcimiento, en los que se celebraba la amistad y había sitio para la galantería, era promover los buenos modales y el buen uso de la lengua francesa merced al arte de la respetuosa conversación, que se desarrollaba mediante el comentario de cartas, máximas, aforismos y otras piezas literarias elaboradas por los presentes y mediante de la discusión razonada de enjundiosos temas que se proponían a debate. Como la voz cantante la llevaban las mujeres -excluidas de la vida pública-, pronto se comenzó a hablar de las preciosas y del preciosismo, puesto que ellas (y ellos) abogaban por lo precioso, en el sentido de lo bello y de lo excelente. El refinado Preciosismo -ya con mayúsculas- fraguó un movimiento cultural que marcó, con las actitudes y obras de sus miembros, el tránsito del barroco al clasicismo francés...
Manuel Hidalgo. Galería de imprescindibles. El Mundo, sábado 30 de septiembre de 2017

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