sábado, 22 de febrero de 2020

Descifrando los escenarios de Loti

Pierre Loti
La vida del marino y escritor Pierre Loti (1850-1923) transitó entre la realidad y la ficción. Desde pequeño soñó con explorar lugares exóticos. Y ya de adulto exhaló la vida con intensidad, surcando los mares del mundo entero, dando rienda suelta a su vocación literaria. "Día tranquilo, luminoso y frío. Una gran melancolía de hojas muertas, de cosas muertas... En la soledad de mi despacho de trabajo, concibo el plan y empiezo a escribir Ramuntcho, que será, a lo mejor mi gran remedio contra las tristezas infinitas de este invierno".
Tras dos años en Hendaya como comandante del Javelot - un cañonero guardacostas ubicado en la desembocadura del Bidasoa- perfilaba un proyecto que le sirviese para vencer la nostalgia de tiempos mejores. En 1897  nacería Ramuntcho, su gran novela vasca ambientada en Etchézar entre montañas, donde se combina el amor profundo por una tierra con el deseo de emigrar en busca de un futuro mejor. El protagonista Ramuntcho, como muchos chicos de la región del Labourd, llevaba una vida paralela: pelotari de día, contrabandista de noche.
¿Etchézar? ¿Esa localidad sería real? La respuesta habitaba en un proverbio vasco: "Izena duena da" o, lo que es lo mismo, "Lo que tiene nombre existe". Pero Loti jugaba al despiste. Distorsionaba la realidad, sin desvelar la ubicación exacta de sus novelas, temeroso de atraer a esa plaga en masa que para él era el turismo. Por entonces, el País Vasco, de paisajes abruptos, arraigadas costumbres, era territorio exótico al alcance de muy pocos. Etzchézar sigue sin figurar e los mapas; en realidad este ficticio rincón del Labourd adoptó la forma de dos aldeas vascofrancesas que preservan el alma de siempre. Es es un viaje por el interior de este territorio siguiendo las huellas del escritor.
Ubicado a pocos kilómetros de la costera San Juan de Luz, Sare late al ritmo sosegado de sus gentes. Tras hospedarme en el Chalet Elisa, me dirigí al Ayuntamiento. Caminé rodeado de casas labourdianas con sus entramados de madera rojos, cuando me topé con un templo a cielo abierto. Sare no es una excepción en el País Vasco francés, y en pocos metros conviven los símbolos de cualquier  pueblo vasco que se precie. Junto al frontón se encuentra la iglesia de San Martín, con sus galería de roble tallado. Por fuera luce altiva una torre de cinco pisos, coronada por el reloj de sol  con una premonitoria inscripción en vasco:"Cada hora hiere al hombre, la última lo envía a la tumba".
Antaño, las fronteras se difuminaban entre riachuelos, bosques frondosos y paisajes de fábula, testigos silenciosos de mil aventuras. Escritores como Pío Baroja o Pierre Loti contribuyeron a tejer una visión romántica del gaueko lana, el trabajo de la noche. Cuando la luz vencía, Ratmuncho y sus compañeros, movidos por un deseo irrefrenable de desafiar las normas, cargaban sus hombros con pesadas cajas de contrabando, invisibles a los ojos de los aduaneros. Sare preserva la memoria de los contrabandistas, existiendo rutas que emulan las gestas de estos intrépidos caminantes...
Ález Fraile. El Viajero. El País, viernes 21 de febrero de 2020

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