domingo, 16 de febrero de 2020

Diderot y el arte de pensar libremente

Denis Diderot
Cuando en 1948 un joven profesor logró que los descendientes de Diderot (1713-1784) le dieran acceso al archivo que guardaban en su mansión normanda, se encontró con un tesoro insospechado: una de las tres colecciones de todos sus escritos que el filósofo francés había mandado copiar a mano en los últimos años de su vida. Se cumplía así su deseo de que la posteridad conociese aquella parte de su obra que él mismo no se había atrevido a publicar en vida. La decisión de no irritar a las autoridades la había tomado a los treinta y seis años, tras haber permanecido durante cuatro meses en la prisión del castillo de Vincennes, en el que había sido encerrado tras haber publicado su Carta sobre los ciegos, un texto en el que presentó un defensa abierta del ateísmo. Le quedaba por delante casi media vida, durante la cual su omnívoro apetito intelectual y su disciplinada capacidad de trabajo dieron lugar  a una obra inmensa, que en parte se publicó y en parte quedó oculta.
La obra pública consistió sobre todo en su trabajo como principal editor de la Enciclopedia, cuyos diecisiete volúmenes aparecieron a lo largo de dos décadas. Fue una extenuante lucha contra la censura, un intento de presentar a sus lectores el conjunto del conocimiento humano desde una perspectiva puramente racional. Tuvo un éxito enorme y contribuyó a cambiar la visión del mundo de los europeos cultos, aunque tuvo también muchos detractores que la denunciaron como un ataque sibilino contra el altar y el trono que se presentaba bajo la inocente apariencia de una obra de referencia. Fue la magna empresa de la Ilustración francesa y nadie contribuyó tanto a que saliera adelante como el propio Diderot...
La Francia dieciochesca era un faro de cultura y el francés era la lengua franca de las élites europeas, pero la mayoría de sus habitantes vivía en una pobreza extrema, la libertad de expresión era precaria y la justicia era a menudo cruel. Voltaire optó por instalarse en la frontera suiza, pero Diderot permaneció en París, siempre bajo la amenaza de un posible arresto. Ambos libraron un combate duradero en favor de la libertad y desplegaron un poderoso ingenio que permite hoy leer con placer muchos de sus textos, en el caso de Diderot sobre todo aquellos que fueron apareciendo paulatinamente tras su muerte...
En los círculos más refinados de la sociedad  dieciochesca se practicaba con entusiasmo un arte que hoy no brilla tanto, el de la conversación. Evocar ese mundo desparecido, pero al que tanto debemos, es un desafío que durante generaciones ha atraído a historiadores y biógrafos. En particular existen varias biografías excelentes de Diderot, pero me atrevo a decir que la que acaba de publicar Andrew Curran, profesor de la Universidad Weasleyana es, como ha destacado la crítica internacional, la mejor para quien quiera acercarse a su vida y su obra...
Juan Avilés. El Cultural, 7-2-2020

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