Michel Onfray |
Como cualquier otra tentativa de compendio, esta tiene sus carencias. Una fundamental tiene que ver con la ausencia de pinturas que representen a ciertos nombres esenciales de la historia de la filosofía europea. Muy especialmente uno: Epicuro. "Esto me dejó atónito", explica Onfray por correo electrónico: "Figura únicamente en una obra colectiva con sus compañeros, por así decirlo: La escuela de Atenas, de Rafael, en la que se codea con filósofos que no son sus coetáneos, como Heráclito Platón, por ejemplo". Por el contrario, autores como San Agustín y Santo Tomás de Aquino parecen setas artísticas: se reproducen tantas veces que existen publicaciones enteras dedicadas a recopilar los cuadros que se les han dedicado. "Durante el siglo XX, ante el retroceso de la pintura frente a los asaltos de las performances o de las instalaciones, y frente a la supresión de la figuración en beneficio de la abstracción, los retratos de los filósofos se vuelven más raros", abunda Onfray. Ante esas "opresiones", puntualiza el autor, "me he contentado con viñetas filosóficas. Es, digamos, una historia impresionista de la filosofía a través de la pintura figurativa".
Onfray ha tejido por medio de las imágenes "un hilo cronológico" que no se detiene entre un pensador y otro. De la bata de Diderot salta la pluma de Voltaire. De la blusa de Proudhon a la taza de té de Marx. Cada autor está en su isla. No existe un tema subyacente, pero si hay un fantasma que recorre el libro: el cristianismo. Su preponderancia sociocultural en esta parte del mundo explica la cantidad de frescos y telas consagradas a Agustín y Tomás de Aquino, "héroes de la iglesia católica", así como el vacío que rodea la imagen de Epicuro, un pensador "materialista y atomista que impide toda superstición". La sombra de la religión es alargada: cubre el proyecto filosófico de Erasmo cuyo objetivo es "limpiar el catolicismo de la escoria añadida por los siglos" y se extiende desde el darwinismo -"que pone en aprietos la hipótesis teológica de un Dios creador"- hasta la transgresión de la moral y la concepción del cuerpo cristianas que perpetró Michel Foucault.
No es casual que Onfray haya tomado la pintura como medida de la expresión de la historia de las ideas. "La cuestión de la imagen se zanjó mediante un Concilio, el de Hiereia, en el siglo VIII, esto es, en el momento en que nace el islam", aclara. "Posibilitó el surgimiento de nuestra civilización judeocristiana. Si no se hubiese elegido la iconofilia (la posibilidad de representar a Dios) en detrimento de la iconoclasia (la prohibición de esas imágenes), no habríamos tenido esta civilización que. en efecto, se está borrando". Lo afirma el autor en este ensayo y ya lo adelantó en su controvertida trilogía Breve enciclopedia del mundo: somos testigos de los últimos coletazos de la era judeocristiana. "Nuestra civilización ha llegado a su fin", abunda.
Para Onfray, el último representante del viejo orden filosófico sería Derrida. El atributo de pintura que ha elegido para resumir su pensamiento, realizada por Valerio Adami, es una gata que lo mira a él mientras él mira al artista (o al espectador)...Después de Derrida que falleció en 2004, se abre para Onfray el abismo de lo virtual...
Silvia Hernando. Madrid. El País, jueves 21 de abril de 2022.
No hay comentarios:
Publicar un comentario