Ambroise Vollard retratado por Cézanne
No sé si se ha escrito ya una "Historia del arte moderno a través de sus galerías", pero sacaríamos de ella enseñanzas provechosas. Por ejemplo, comprobar hasta qué punto el reconocimiento y la valoración de las sucesivas tendencias del arte ha debido más a los galeristas que a los críticos. No sólo porque en muchos casos fueron ellos quienes supieron reconocer antes el interés de un nuevo lenguaje, sino porque es difícil consolidar una reputación sólo a través de juicios estéticos. Al menos en el siglo XX, el establecimiento de un artista lo construyen sus ventas.
Esa hipotética Historia que he mencionado antes debería empezar citando tres nombres: Paul Durand Rouel, Ambroise Vollard y David Henry Kahnweiler. Las primeras vanguardias las que van del Impresionismo al Cubismo, pudieron verse por vez primera en los escaparates de sus tiendas. En concreto, Vollard fue un defensor entusiasta del impresionismo, el valedor insustituible de Cézanne y su nombre ha quedado definitivamente ligado al de Picasso por la Suite Vollard. la impresionante serie de 134 grabados que el galerista le encargó en 1930 para una de sus carpetas...
Ambriose Vollard nació en la isla francesa de Reunión, en 1868 y murió en un accidente de tráfico en Versallesen 1939. Se crió en una familia acomodada y su relación con el arte surgió ya en su seno: su abuelo había querido ser pintor y al propio Vollard con solo cuatro años, le recuerdan coleccionando objetos que hallaba en el jardín. Para agradar a su padre, comenzó a estudiar leyes, pero tras dos cursos abandonó la carrera y empezó atrabajar en diversas empresas de comercio artístico. En 1892 se instaló en una modestísima vivienda en la Rue Laffite ("la calle de los cuadros") y empezó con apenas recursos su carrera de marchante.
La primera obra que compró fue un boceto de Degas, por el que pagó a su viuda diez francos. Su estrategia fue siempre comprar grandes lotes de cuadros y así obtener precios más ventajosos... Comerció con obras de Matisse, Gauguin, Van Gogh, Vlamint, Mary Cassatt y un largo etcétera. Empeñado en demostrar el valor de Cézanne, rechazado por la crítica y mirado con sospecha por la mayoría de los pintores, le organizó una exposición con 150 obras en 1895 de las que no vendió ni una sola. En 1907, dos años después de su muerte, una retrospectiva le convirtió sin embargo en la piedra angular del cubismo. Expuso en 1902, sin apenas lograr ventas, a un Pablo Picasso de 20 años. Recordándolo, diría tiempo después: "Se rechaza cada obra de Picasso hasta el día en que la admiración sigue al asombro". Y es que la implantación de esas novedosas formas de pintar dio lugara que, en los primeros veinticinco años del siglo XX, los cuadros de muchos de estos artistas multiplicaran por cien sus precios.
Conocemos todos estos pormenores gracias a las Memorias de un vendedor de cuadros (1936), publicado en España en 2022 (Renacimiento, traducción de Rafael Vázquez Zamora). Un libro que a instancias de un editor norteamericano, Vollard redactó como si se tratara de una larga charla. N o hay en él "ni una palabra de crítica de arte" como le reprochó algún lector. Y sí mucha vida. Leyéndolo, accedemos a la intimidad maniática de los estudios, conocemos las dudas de los compradores, acompañamos a Vollard en sus peripecias para llegar a ciertos coleccionistas... Entre las muchas frases lapidarias de este libro, me quedo con esta: "Un cuadro es lo que oye más tonterías del mundo".
José María Parreño. El Cultural, 22-4-2022.
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