jueves, 23 de junio de 2022

El gran Gracq

Era a mi entender el mejor prosista de la Francia del siglo XX, aunque quizás también uno de los mejores moralistas del siglo XVIII, y si bien Julien Gracq siempre trabajó de profesor de geografía, su pasión dominante era la geología. Cuando divisaba una colina, no veía, como nosotros, un montón de tierra y piedras cubiertas más o menos de vegetación, sino que percibía las imponentes y ocultas fuerzas que movían miles de toneladas a lo largo de los siglos. Es decir, conocía la vida secreta de las formaciones geológicas, sus debilidades, su destino y su condena. Como un traumatólogo  que no ve la perfección craneal de Sacarlett Johansson, sino la presión del arco superciliar  y el empuje de los pómulos, signos certeros de un pasado mongol.

Tristes íbamos sus lectores desde que murió en 2007 cuando, por milagro, en 2021 aparecieron 29 cuadernos, etiquetados Notules, en la Biblioteca Nacional de Francia. Algunos no se podrán leer hasta 2027 porque contienen severos juicios de Gracq sobre sus contemporáneos, maldita sea, pero otros, los reunidos bajo el título de Noeuds de vie, sí se han podido editar aquí y aquí están en valiosísima traducción de Lluís María Todó como Nudos de vida. Gracq, siempre cuidadoso con sus lectores, explica en qué consisten estos "nudos", lo dice así: "Cuando la Tierra cuente con veinte mil millones de personas y se debata y se hunda como un hombre engullido en la papilla única y sofocante de lo social, deseo tan solo que mis libros sean testimonio de una época en la que todavía había en el planeta algunos intersticios de vida y soledad, espacios de aguas que no eran enteramente aguas gastadas, un poco de aire que todavía no tenía el sabor  de los pulmones de nuestro prójimo".

Eso es exactamente lo que vive en estos fragmentos deliciosos, inteligentes y líricos, testimonios de un hombre que aún camina por senderos boscosos, campiñas abandonadas, marismas sin fuerzas, pueblos sin alma monumental, intentando recuperar la vida de la Tierra para un individuo, uno solo, fuera de la "papilla sofocante de lo social". Y también juicios, frases y comentarios literarios de una especie que ya no existe: los de un escritor que detestaba y escapaba de la vida social literaria, rechazaba los premios y el reconocimiento, llevaba la vida ascética de un solitario provinciano. 

Este hombre que perteneció al Partido Comunista de Francia para combatir en la clandestinidad a los nazis, comentaba al cabo de los años la célebre frase de Marx: "Ya está bien de comprender el mundo: ahora se trata de transformarlo". Y bien, comenta, eso es lo que hemos hecho en el último siglo y siempre de un modo más acelerado, de tal manera que cada vez comprendemos menos. Y añade algo terrible: "Me parece que el hombre siente una familiaridad mucho mayor con el mundo surgido del Génesis que con el ser y sobre todo con el devenir de lo que ha creado él mismo". O sea, más cerca de Caín y Abel que de la ingeniería genética. Y un solo miedo universal, el terror ante "el estado vampiro", un "ogro obsceno y terrorífico que se tambalea  en medio de un inmenso rebaño de hombres desnudos".

Los de la editorial Subsuelo han apostado por unos textos magníficos y tremendos de los que escasamente se pueden vender unos cientos de ejemplares, pero por lo menos que no les quepa la menor duda de que es el libro más actual y más útil que conozco. ¡Y, cielo santo, incluso en la traducción, qué prosa!.

Félix de Azúa. Babelia. El País, sábado 4 de junio de 2022.

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