domingo, 11 de septiembre de 2022

En Marruecos con Leila Slimani

Leila Slimani. (Foto: J. Carlos Muñoz)

Me preguntaba a principios de este verano cual sería el lugar elegido par viajar, sabiendo ya que se trataba un viaje más imaginario que real porque esperaba a mi familia que vuelven a esta casa cuando el calor aprieta en Madrid. Son esos viajes uno de tantos proyectos con los que disfruto por adelantado y por procuración. Pasó julio casi sin darme cuenta entre los quehaceres domésticos que se multiplicaron y el sol que contra sus costumbres no nos abandonó ni un solo día. Bien entrado agosto, en una de las raras mañanas que pude escaparme a Santiago se produjo el encuentro afortunado. En la Casa del Libro, al primer vistazo, descubrí en una estantería, Le Pays des autres, 2: Regardez-nous danser, el segundo de los libros de la saga familiar Slimani.

En esta segunda parte reencontramos a la familia en la primavera de 1968. Su vida ha cambiado: Amine ha logrado, gracias a su trabajo y su tesón, una posición económica desahogada y floreciente. Ahora  es una personalidad respetada en la ciudad, invitado, él y su familia a formar parte del Rotary Club. El libro se abre con una fiesta de inauguración de la piscina en su propiedad, convertida en un vergel. Los niños crecieron: Aícha está terminando sus estudios de medicina en Estrasburgo, Selim prepara la prueba del Bac. Ellos van a ser ahora los protagonistas de esta etapa  y  ellos nos harán conocer "su Marruecos" donde transcurren sus vidas.  

Aïcha, brillante alumna de medicina en Estrasburgo, regresa a Meknès cuando estallan las revueltas de Mayo y los exámenes son anulados. Durante la fiesta de bienvenida que sus padres han preparado, percibe que no existe ningún lazo entre ese mundo y el de Estrasburgo, entre "su vida aquí y su vida allá". Será su amiga Monette la que le mostrará un Marruecos que se moderniza y donde suenan ecos lejanos del mayo de París. Monette y Henri, su pareja, un profesor francés de economía en Casablanca. Por ellos,  Aïcha conoce a Mehdi, alumno de Henri, al que llaman "Karl Marx". Un año después Monette y Henri se instalan en un "cabanon", en la playa Sable d'or entre Rabat y Casablanca. Invitan a Aicha a pasar el verano con ellos.

 "Allí, en los ochenta kilómetros de costa que separan Casablanca y Rabat, el mariscal Lyautey había alimentado el sueño de construir una California francesa. Pensaba que sería el océano el que daría a este país su fuerza, su fortuna, asombrándose de que sus habitantes hubiesen vivido tanto tiempo dándole la espalda. Hizo de Rabat su capital, apartando la prestigiosa ciudadela de Fez hacia el pasado. Y en lugar  de la pequeña ciudad que era Casablanca, ambicionó construir el escaparate del Marruecos moderno". Es en ese marco soñado y llevado a cabo en plena colonización donde Aïcha descubre que otra vida, muy distinta a la de sus padres, es posible en su país. Una vida en la que los libros, la música, una naturaleza amable, el mar, sus  atardeceres deslumbrantes, y sobre todo la amistad, la camaradería, invitan a la alegría de vivir. El Marruecos en el que ella, finalizados sus estudios se instalará y formará una familia.

Su hermano Selim, el pequeño, ahora adolescente, es el vivo retrato de su madre, alto y rubio como ella, y con el mismo gusto por la actividad física. Su pasión es el deporte, sobre todo la natación. En los campeonatos de octubre de 1968 consigue la medalla de oro de natación estilo libre.  Pese a ello, no se siente a gusto con su cuerpo, tenso, constreñido que solo se distiende en el agua. La escuela ha sido un suplicio para él. La relación con su padre fue desde siempre difícil, bajo su mirada desaprobadora. Ese padre que no tiene más que elogios para su hermana, su contrapunto, ella que todo lo hace bien. A la humillación de tener que preparar por segunda vez la prueba de bachillerato se suma el regreso de su hermana. Su situación familiar se vuelve insoportable. El encuentro, en la medina de Meknès con Nilsa, una danesa que quiere viajar al Sur, siguiendo a unos amigos le empuja hacia algo nuevo. El entusiasmo de esa chica por la belleza, los colores de Marruecos, su propuesta de que les acompañe, llevan a pensar a Selim que partir es la solución: "beber, fumar, dejarse ir a la deriva y olvidar".

Así empieza el camino hacia el sur: Essaouira-Mogador, Diabet, serán el escenario de la "vida nueva" de Selim. Una vida nada apacible entre los estragos del haschich y el alcohol en su cuerpo. En la primera etapa que duró tres días, entre naúseas y vómitos, todo el cuerpo dolorido, ya no sabía si estaba en un coche, en el wagon de un tren o en un barco. Se hacía el dormido para no hablar, cada vez más extraño en ese mundo cuanto más descendían hacia el Sur. Se equivocaron d de ruta varias veces, Selim se negaba a preguntar. Tres días hasta que llegaron a Essaouira, una ciudad que parecía abandonada, el famoso punto de encuentro de los hippies del que tanto había oído hablar. Dos días después, Selim se despertó en una habitación desconocida, en casa de Lalla Amina. Lo habían dejado  en su casa luchando entre la fiebre y el delirio. Ella pensó que sería uno de esos hippies llegados del fin del mundo buscando Dios sabe qué. 

 Una vez repuesto Selim con los cuidados y mimos de Lalla Amina,  Karim, su sobrino, que vive en Marrakech, viene esa noche a su casa. El sabía de los hippies, se preguntaba por qué habían aparecido por allí. En ese verano de 1969, habían hecho de Essaouria su punto de encuentro. Se vieron en el  puerto aparcadas furgonetas decoradas con flores y el símbolo  de la paz, frescos de colores chillones en las paredes de las casas. Chicas de vestidos largos por las callejuelas de la medina, chicos de barbas enmarañadas tocando la guitarra en las plazas. Karim llevó a Selim al Café hippie, una antigua casa de juez convertida en Café. En su patio, chicos y chicas tumbados en bancos, cojines y alfombras. No se servía alcohol pero todos parecía borrachos, perdidos en un espesa nube de humo. Había muchos americanos, de Montana, Nueva York y Michigan. Para algunos Essouria Mogador solo era una etapa.  Irían después a Ibiza, a Siria,  al Nepal. Selim vino varias veces al Café pero ni rastro de Nilsa.  Karim propone a Selim ir a Diabet, el paraíso de los hippies donde esa noche se prepara una fiesta.

 A una hora de camino desde Essauria, Selim ve Diabet. "Es un pueblo minúsculo, un montón de casitas pintadas a la cal. Los hippies viven allí en medio de los habitantes o más bien con ellos. Alquilan una habitación por unas monedas y comparten sus vidas sin confort. La gente del pueblo los quieren bien... los ven como europeos,  pero pobres como ellos. Siempre están de buen humor. Les gusta cantar y bailar. Cuidan a los niños y a los animales y dicen que o hay nada más bello, nada más verdadero  que esta vida sin nada junto a las cabras" Al otro lado de la carretera se ven las ruinas de un castillo devorado por la arena, Dar Soltane construido en el siglo XVIII. Selim y Karin se dirigen allí guiados por el ruido del  tam, tam de los tambores y los acordes de guitarra. En medio de las ruinas la fiesta está en pleno apogeo. Allí, Selim entre esos desconocidos cree sentirse feliz. Pero no, es otra cosa distinta a la felicidad, es el abandono, el fin de la lucha, una lasitud que se apodera de él hasta tumbarse y dormir sobre la arena. Selim no volvió a Meknès.

El último capítulo del libro se abre en 1974.  En la primavera pasada, Amine ha hablado por teléfono con su hijo. Selim vive en América, ese país  con el que Amine tanto soñó. Y el capítulo se cierra con la noticia que Mathilde da  a Amine: "Nuestra nieta ha nacido esta mañana". Las mujeres del lugar dicen que los vieron, esa noche, bailar...

Carmen Glez Teixeira

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