jueves, 1 de septiembre de 2022

Encamados, literatura desde el lecho

Habitación de Marcel Proust en el Museo Carnavalet de Paris

Tras muchos años de donaciones y diplomacia, el Museo Carnavalet de París reconstruyó a principios de año, la estancia en la que vivió Marcel Proust. Dos muebles dominaban la estancia, ambos dedicados al arte de tumbarse: una chaise-longue y una cama de latón. La celebérrima cama con su colcha azul, sorprendentemente pequeña para nuestra época de camas gigantes, era la reliquia más sagrada, el corazón de toda la mitología proustiana.

Sobre aquel lechó se escribió gran parte de los siete tomos de En busca del tiempo perdido, en cuadernos pequeños de caligrafía apretada que su hermano Robert tardó años en descifrar. Proust escribía de noche apoyado en un tablón. Tenía práctica en el difícil arte de escribir recostado. Pese a haber conocido todos los salones de París y no perderse ninguna trifulca literaria, pasó buena parte de sus 51 años de vida tumbado, Desde que a los nueve años sufrió un ataque de asma que casi lo mató, el dormitorio fue su mundo.

Hijo y hermano de médicos, su padre investigó la neurastenia, el nombre que se ponía entonces para explicar el cansancio y desánimo que tantos pacientes sentían, sin causa física aparente. Que Proust estaba enfermo aunque en ocasiones no supieran de qué, jamás se puso en duda. No había coquetería en su encamamiento que detestaba. La mayor prueba de que no se rendía a la dulzura del convaleciente, está en las miles de páginas de En busca del tiempo perdido, una hazaña mental que agotaría al más vigoroso de los novelistas. Alguien resignado a la muerte no trabaja tanto. Quizá por eso ocupa un lugar de honor en ese parnaso de escritores horizontales, encerrados en habitaciones sin ventilar, para desesperación de sus familias y fascinación de sus lectores.

Se ha escrito mucho sobre los escritores encamados, que forman una aristocracia dentro de un oficio lleno de cuerpos enfermos y temperamentos depresivos. Solo en España, autores como Álvaro Pombo, Soledad Puértolas, Rosa Montero, Julio Llamazares, Luis Landero o José María Cabalero Bonald han dedicado elocuentes páginas a este enigma encarnado, entre otros, por Mark Twain o Juan Carlos Onetti, pasando por Valle-Inclán, Truman Capote o, de forma más leve, pero con más carga reflexiva, Virginia Woolf, cuya teoría de la habitación propia debe tanto al feminismo como a su propia condición de enferma y convaleciente...

El de tumbado es un fenómeno contemporáneo. Salvo el de Voltaire apenas hay ejemplos anteriores al XIX. Se dice que el primer encamado fue un bibliófilo francés, el señor Boulard, que una mañana se hartó de clasificar su ingente biblioteca, se metió en la cama y no salió más...El erudito francés Daniel Ménager ha explotado el imaginario de la postración en su ensayo Convalecencias, la literatura en reposo (Siruela, 2022) donde demuestra que el hecho de tumbarse para recuperar la salud se ha narrado como un trance de transformación para muchos personajes que reciben la iluminación de la vita nova (como el Pierre Bezujov de Guerra y paz ) o se resignan y aceptan la condición mortal (como el Hans Castor de La montaña mágica )...

Los avances de la psiquiatría han terminado de demoler el mito romántico de los tumbados y sus fenómenos asociados, como los hikkikamoris japoneses, eremitas posmodernos que se encierran en sus dormitorios. Un encamado es un enfermo cuya condición puede iluminarse a la luz de los trastornos depresivos y de ansiedad. La ciencia ha cuñado incluso un término específico "clinofilia": neologismo de raíz griega, de kline (cama) y filos (amor). El paciente percibe el mundo como un lugar hostil al que no se puede enfrentar, y solo en la cama encuentra comodidad y calma. Muchos salen de ella con una simple terapia, parecida a la de la ansiedad, o con el empujón de unos ansiolíticos... 

Sergio del Molino. El País, domingo 14 de agosto de 2022.

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