Marzena Diakun |
Otra mirada al tres por cuatro la tenemos en las deliciosas Canciones de amor Op.52 y Op.65 de Brahms, composiciones breves y encantadoras de una ligereza y un aroma excepcionales, con partes ad libitum para las voces. Piezas importantes sobre todo por el tratamiento del color y por el empleo de las voces como instrumentos de viento sosteniendo la armonía del teclado.
De muy otro signo son, naturalmente, las Danzas sinfónicas de Rajmáninov, estrenadas en Filadelfia en 1941 bajo la batuta de Eugene Ormandy. Tres movimientos estructuran la composición. El primero es un non allegro que parte de una célula arpegiada que está en la base del tema principal. Destaca de pronto el canto del saxofón, un signo de la nostalgia del compositor por su país natal, que aparece enseguida en la voz de los violines. Vuelve el vals en el segundo movimiento, andante con moto, que esconde en su interior sorprendentes pulsiones que van creando una cierta sensación de conflicto. Y es curiosa la conexión que se establece aquí con el mundo recientemente explorado de La valse raveliana, proporcionada por las curiosas combinaciones temáticas, armónicas y tímbricas, que nos traen asimismo a la memoria ciertas propuestas de Debussy. La obra se cierra con un lento assai, allegro vivace, en donde aparecen los sonidos de las campanas y al poco el tema del Dies irae...
Tras La valse se sitúa en esta sesión la Danza para violonchelo y orquesta de Anna Clyne, una suerte de concierto que la compositora escribió para la chelista Inbal Segev, que es quien toca en esta sesión. Y que entra por primera vez en el repertorio del conjunto madrileño. que cuenta con las voces de su coro y con elementos de su joven orquesta.
Arturo Reverter. El Cultural, 9-9-2022.
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