Las zonas más coquetas sont la calle Saint-Michel, la plaza des Halles, antiguo mercado con su Ayuntamiento atravesado por una centenaria glicina de flores malvas, y la plaza du Puits con su pozo lleno de flores. Una casa con una balanza esculpida recuerda que aquí se impartía justicia y que en dicha plaza se celebraban ejecuciones públicas, especialmente durante la Revolución Francesa.
La peculiar belleza de Rochefort atrae a pintores de todo el mundo, a los que se puede ver con sus lienzos por las calles y plazas, o en sus talleres artísticos. La tradición empezó a mediados del siglo XIX, cuando por aquí pasaron artistas como Ferdinand de Puigaudeau, Léon Gremain Pelouse, el expresionista estadoudinense Albert Bloch, el británico Mortimer Menpes o el suizo Marius Borgeaud, que solían alojarse en el hotel Le Cadre o Le Pélican. Pero el gran idilio entre la villa francesa y los pintores se inició en 1903cuando el artista estadounidense Alfred Klots la visitó. Se enamoró de su luminosidad y colorido. Compró las ruinas del castillo medieval y se alojó en el mismo tras construir una mansióncon restos de otros castillos de la zona. Se convirtió casi en un museo en el que exhibía sus colecciones de arte y antigüedades. Parte de la belleza de Rochefort se debe a él, ya que animó a los lugareños a cuidar el pueblo y a decorarlo con flores, creando en 1911 un concurso para ver quién embellecía mejor sus ventanas.
Klotsinvitó a pasar temporadas en Rochefort a pintores, principalmente estodounidenses; entre otros William Draper, el único que retrató al presidente Kennedy en vida. Su labor la prosiguió su hijo Trafford, también pintor, quien, además, siendo capitán en la II Guerra Mundial, liberó Rochefort al frente de unos blindados. Al fallecer Trafford en 1976, su viuda, Isabel, siguió con la tradición de invitar a artistas extranjeros. Los Klots forman parte de esa estirpe de escritores y artistas que ha dado el mundo anglosajón, enamorados y difusores de la cultura continental europea como los Graves, Durrell, Gerald Brenan, John Pendlebury, Patrick Leigh Fermor... En su caso se puede decir que pusieron Rochefort en el mapa.
El castillo pertenece ahora al municipio. Fue edificado en en el siglo XII sobre un enriscado castro galoromano, desde el que se controlaba el valle y hoy se disfruta de unas inmejorables vistas. Fue una importante edificación durante el medievo. Morada de loos señores de Rochefort y de Rieux, uno de sus miembros, Jean IV, fue mariscal de Bretaña y tutor de la duquesa Ana, cuyo matrimonio con el rey francés Luis XII unió Bretaña a Francia. La fortaleza fue testigo de gran parte de las guerras que conoció Francia a lo largo de los siglos, por lo que resultó destruido en varias ocasiones: en las guerras medievales entre los duques de Bretaña y la corona francesa, en las de religión , y la última vez durante la Revolución Francesa.
Se accede desde el pueblo tras recorrer un paseo arbolado y pasar una entrada en lo que queda de una muralla en ruinas... En el parque del castillo se halla el museo galería Naïa, dedicado al arte fantástico. Allí exponen cuadros, esculturas, fotografías , cómics... más de 70 artistas de todo el mundo. Lleva el nombre de una conocida bruja que habitaba en torno al castillo a finales del siglo XIX, quien, además de asustar a los lugareños, predecía amores leyendo las líneas de las manos.
Rochefort es lugar de peregrinación desde el medievo y forma parte del Camino de Santiago. Su iglesia Notre-Dame-de-la Tronchaye, del siglo XII, no está construida en el centro del pueblo, como es habitual. Su ubicación en la parte baja se debe a que se levantó donde una pastorcilla encontró la imagen de una virgen en el tronco hueco de un árbol, escondido un par de siglos antes por un monje durante un ataque normando. Fue colegiata en el siglo XV, siendo destruida parte de sus dependencias durante la Revolución. Frente a su entrada hay un típico calvario bretón del siglo XVI, escultura en piedra en forma de columna que refleja en tres niveles la pasión de Cristo.
Para rematar la visita, lo mejor es dar un paseo en bici o a pie alrededor del pueblo, siguiendo el río y el estanque del Moulin Neuf, atravesando zonas pizarrosas y bosque de robles y castaños. Y que mejor para entrar en ambiente que hacerlo oyendo algo del folclore bretón como el Bro Gozh ma Zadou -himno bretón-, el Tri Matolod o el Boktol Sant Nidouden, interpretados por algunos de los clásicos de la música bretona como Tri Yann, Alan Stivell, Gwendal, Dan Ar Braz, Diaouled Ar Menez o Ar Re Yaouank...
Manuel Florentín. El viajero. El País, 8 de septiembre de 2022.
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