El hecho de vivir permanentemente inmerso en imágenes le permitió proponer unas ejemplares Histoire(s) du cinéma en las que jugaba con analogías visuales para reorganizar, a su manera y con una mirada interdisciplinar, personajes, escenas e imágenes emblemáticas del cine de todos los tiempos. No fue ajeno al soporte digital, por supuesto, sin dejar de intervenir en temas políticos, como Palestina (Ici et ailleurs), la caída del Muro de Berlín (Alemania año 90 nueve cero) o un desencantado Film socialisme ya en el año 2010. Apoyado por las habilidades técnicas de Fabrice Aragno, desarrolló más tarde un tan rudimentario como eficaz dispositivo 3D con el rodó Adiós al lenguaje.
Mientras muchos de sus colegas generacionales arrojaron la toalla de la vanguardia atraídos por los cantos de sirena de la industria, Godard mantuvo la integridad a lo largo de toda su carrera. Nombre: Carmen, su peculiar adaptación de la novela de Próspero Merimée ilustrada con cuartetos de Beethoven, obtuvo el León de Oro en la Mostra de Venecia de 1983. El jurado estaba presidido por Bertolucci, e integrado por la francesa Agnès Varda, el brasileño Carlos Diegues, el japonés Nagisa Oshima, el británico Jack Clayton y el senegalés Ousmane Sembene, significativos representantes de los nuevos cines de los sesenta. Unánimamente, decidieron que el galardón era para Godard, papá Godard. Su cuenta estaba saldada.
En 2019 las filmotecas públicas de todo el mundo acordamos otorgarle el premio honorífico del congreso de la FIAF celebrado en Lausana. El vivía a pocos kilómetros de allí, a orillas del lago Léman. Godard no garantizó asistir para recogerlo, pero puso que fuera durante la asamblea general, solo con la presencia de archivistas y sin prensa. Y así fue. Tras consultar reiteradamente su whatsapp Frédéric Maire, presidente de la FIAF, interrumpió la sesión y anunció la llegada del director. Con bufanda y sombrero, cruzó la platea, se abrazó con su amigo Fredy Buache y departió públicamente con el nuevo director de la Cinémathèque Suisse. Godard, el joven crítico, se había convertido en una pieza de arqueología para archivistas, una reliquia a conservar para el futuro. En los años sesenta había conseguido, junto con Bergman, Buñuel o Welles, que el cine estuviera a la altura de las otras artes. Ha sido el último en mantener viva aquella llama. Muchos cineastas lo han invocado, algunos han pretendido imitarlo, pero nadie ha sido capaz de ponerse a su altura. En su legado, apenas queda la posmodernidad.
Esteve Riambau Möller. El País, miércoles 14 de septiembre de 2022.
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