domingo, 12 de junio de 2016

Días de reyes, libros y rosas

El Retiro de Madrid es, desde hace unos años, uno de los lugares que más frecuento en mis escapadas a la que se ha convertido en mi segunda ciudad. Mi hijo vive cerca, en Pacífico, y es rara la vez, cuando voy a verlo, que no me pasee, casi siempre sola, por ese bosque enorme  de múltiples jardines donde la naturaleza domesticada convive felizmente con numerosos senderos y caminos arbolados. Allí me siento lejos del mundanal ruido de la gran ciudad, en un auténtico retiro. Una vez más las palabras son sabias ya que difícilmente se podría encontrar un nombre que le sentase mejor al lugar, ese pedazo de naturaleza (118 hectáreas) en pleno centro de Madrid. Fue el Conde Duque de Olivares, valido del Rey Felipe IV (1621-1665), quién regaló al rey unos terrenos que le habían sido cedidos por el duque de Fernán Núñez para el recreo de la corte en el entorno del Monasterio de los Jerónimos. Eran entonces unas 145 hectáreas y , en aquellos tiempos, en las afueras de Madrid. Se construyeron diversos edificios de los que perduran el Casón del Buen Retiro, antiguo salón de baile y el llamado Salón de los Reinos, una ala del Palacio del Buen Retiro, decorado antaño con pinturas de Velázquez y Zurbarán y los jardines de la posesión real. A lo largo de la historia el conjunto sufrió modificaciones que cambiaron la fisonomía del parque. El rey Carlos III (1759-1778) fue el primero  que abrió las puertas del recinto a los ciudadanos. En 1808, los jardines quedaron parcialmente destruidos al ser utilizados como fortificación por las tropas de Napoleón. Tras la contienda Fernando VII inició su reconstrucción y abrió una parte del jardín al pueblo. En 1868 los jardines pasaron a ser propiedad municipal y de nuevo sus puertas se abrieron a los ciudadanos. En esta época, finales del XIX transcurre la novela de Pío Baroja, Los Jardines del Buen Retiro, en la que narra la vida de la capital en torno a este lugar. Las últimas obras de ajardinamiento fueron ejecutadas por Cecilio Rodríguez que diseñó la Rosaleda y los jardines que llevan su nombre. Aunque las comparaciones son odiosas, es inevitable, al repasar su historia, pensar en los grandes parques de otras ciudades europeas. Los dos grandes pulmones verdes de París, el Bois de Boulogne y el Bois de Vincennes se sitúan en el límite entre el centro y la banlieue, uno en el oeste, otro en el este, casi en línea recta. Pero no es en ellos en los que pienso, a veces, en mis paseos por el Retiro sino en Versalles que nació también como un lugar de recreo, pabellón de caza, a unos 30 kms de la capital. Probablemente su situación garantizó su permanencia como ese lugar de ensueño que sigue siendo. Hace tiempo que he ido aprendiendo a amar sin excluir, y siempre que es posible combino unos amores con otros.  Los reyes entregaron el Retiro a los madrileños y a los paseantes como yo, que con su presencia, sus actividades de ocio y de contemplación lo han convertido en lo que es hoy, ese espacio tan humano, a la medida de los hombres.  Versalles, fue y sigue siendo a  la medida de los reyes y los dioses. Por eso Luis XVI regaló a su esposa, Maria Antonieta, algo tan inesperado como ínsolito en la grandeur del châteaula ferme .


Estos días los reyes del Retiro fueron los libros. Como cada año , desde hace 75, se celebra en su recinto la Feria del libro. Savater, en su columna de los sábados del País, nos habla de sus recuerdos en relación a ella. Hace cuarenta años que firma libros en la Feria.  Su hijo Amador , cuando era pequeño, disfrutaba mucho, viéndole firmar en la caseta, afirmando ante sus amigos que su padre era"el dueño de la feria". La ha visto"cambiar de ubicación, de tamaño y de modelo. Antes era un mercadillo callejero, ahora es un zoco interminable"... Para Antonio Lucas lo mejor de la Feria del Libro de Madrid es esa condición de viaje accidentado que dispensa el pasear entre libros. (El Mundo, 2-6-16) . Raúl del Pozo, el 27 de mayo, día de la inauguración, le dedicó un texto en El Mundo, publicado en Leer y tejer, conmovedor reconocimiento de todo lo que le debemos los españoles a Francia. Estuve en la Feria por primera vez hace dos años. Me acompañó mi hijo que tiene, como su padre, un punto de misantropía que se le ha ido acentuando con la edad. Sin embargo, una vez vencida la pereza de salir me comentó con humor : "estamos en un zoo, los escritores en sus casetas como los animales en sus jaulas, esperando las visitas". Este año la Feria además de estar dedicada a Francia coincidió con mi amiga de Burdeos, M.L., en Madrid. Dos razones de peso para encontrarnos, la luminosa mañana  del sábado 4, en Cibeles. Tan pronto traspasamos las verjas de la entrada del parque, una chica muy joven, muy sonriente, preguntó a mi amiga si era una escritora francesa. "Francesa sí pero escritora...." Empezamos nuestro accidentado viaje, plano en mano, buscando la librería francesa que se anunciaba, entre un río de gente a pesar de la hora temprana. Pocos escritores de verdad para firmar, ninguno francés, "mucha tropa firmando cosas" (A. Lucas). Una cola interminable para un personaje televisivo de cuyo nombre no me quiero acordar. Muchos libros de Musso en el stand de la librería francesa. La gente aumenta, el sol aprieta, buscando una sombra dejamos la Feria. Las dos llevamos, cada una, un libro, M. Noches sin dormir de Elvira Lindo que se lo ha firmado con simpatía. C'était Versailles de A.Decaux va conmigo. Nada comparable a los 40 que se llevó nuestra reina Leticia, entre ellos  la poesía completa de Friedrich Nietzsche....Cosas de reinas.

El domingo, muy de mañana volví al Retiro para hacer un segundo intento de encontrar el stand del Intitut Français. Pero.... el hombre propone y Dios dispone. Entré por la parte de atrás, en la zona alta de Menéndez Pelayo, mi entrada habitual, y enseguida desemboqué en la Rosaleda de Cecilio Rodriguez. Es uno de mis lugares favoritos, en cualquier estación, incluso es hermosa en invierno, desnuda de flores, se oye el silencio. Esa mañana la encontré deslumbrante, nunca había visto tantas rosas tan bellas. En 1915, Carlos Prats, alcalde de Madrid, sugirió a Cecilio Rodríguez, Jardinero Mayor del Reino y Director del departamento de Parques y Jardines de Madrid, que hiciese una rosaleda a la moda de las existentes en diversos parques europeos. La Rosaleda de la Bagatelle de Jean-Claude Nicolas Forestier, en el Bois de Boulogne, se convirtió en el modelo. Cecilio Rodríguez viajó a París para estudiarla y traer las primeras rosas. Se diseñó sobre una base elíptica, limitada por setos recortados, con una gran variedad de rosas traídas de los más famosos jardines de Europa. Totalmente destruida durante la Guerra Civil, en 1941 se plantaron 4.000 rosales. Casi 80 años después esa mañana de junio, lucía en todo su esplendor. Es fácil imaginar lo que pasó. Me olvidé de la Feria y me quede allí haciendo fotos, cautiva de sus olores, de sus formas y colores. No solo se vive de libros, también de rosas.... 
Carmen Glez Teixeira
  

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