sábado, 25 de junio de 2016

Entre flores y fuentes

Nunca pasarás sed en la Provenza. Ni tu oído echará de menos la música del agua. Las fuentes, algunas de la época romana, son los habitantes de piedra de pueblos y ciudades. Sus míticos mascarones ofrecen el agua que inunda el subsuelo. Aix-en-Provence (que debe su nombre al agua) estaría desierta sin sus fuentes. Los Nueve Caños , forrada de musgo, concentra la energía del Cours Mirabeau. La de los Cuatro Delfines, perfila el paisaje de la Rue Cardinal. Para olvidar la existencia del tiempo, solo hay que caminar, como un reloj, alrededor de la fuente de la plaza de Albertas. El mejor palacio de Provence es el hotel Caumont de Aix-en Provence con su versallesco jardín donde suena la Fuente de los Tritones. Recientemente restaurado es un interesante museo con cuidadas exposiciones temporales. En los salones de la planta baja el visitante puede degustar cualquiera de los excelentes vinos ( blancos, rosados y tintos) de los viñedos que rodean la ciudad. Todo el mundo puede pasearse por los alrededores de Aix, silbando la canción con música de Léo Ferré y letra de Aragon Tout le monde n'est pas Cézanne, sabiendo que es cierto, no podemos ser Cézanne, el pintor infatigable y ajeno a todo próposito que no fuera convertir la naturaleza en arte. Él mismo transformó en taller el placete que le dejó su padre, La Bastide du Jas de Bouffan, que conserva el estanque y las estatuas que, como el propio edificio, protagonizaron algunos de sus cuadros. Cézanne no tuvo más remedio que venderlo y lo sustituyó por el pequeño taller que se puede visitar en una de las colinas de Aix, y que transmite la sensación de que ayer mismo el pintor estuvo trabajando, antes de salir, una vez más, a obsevar la montaña Sainte-Victoire, pintarla bajo la lluvia y morir con las botas puestas. La cara de la montaña Sainte-Victoire que mira hacia Marsella es de piedra. También el perfil que Cézanne contemplaba desde Aix, en sus variaciones constantes de color, según la hora del día. Sin embargo la parte que da a Vauvenargues es boscosa. Al pie de los bosques se esconde este pueblo silncioso donde Pablo Picasso compró el château en el que decidió que sería enterrado a su muerte, en el jardín, mirando la montaña." He comprado la Sainte-Victoire, le dijo un día a su marchante"cúal?" preguntó él pensando en cualquiera de las versiones pintadas por Cézanne. "La original", contestó Picasso....
Ernesto Pérez Zúñiga. El Viajero. El País, viernes 20 de mayo de 2016

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