lunes, 1 de mayo de 2017

La alta sociedad

Juliette Binoche en La alta sociedad
La alta sociedad es otra de esas películas francesas de diseño visual a lo Amélie. Brillante en los bancos de arena, azules del cielo y días nublados de Calais. Pero ese empaque visual es corteza que envuelve una miga escasa. La película pretende, sin conseguirlo, hacer una lectura social de los primeros años del siglo XX, confrontando a una familia de pobres pescadores con unos ricos parisinos que pasan sus vacaciones en la playa. Incesto, travestismo, levitación, canibalismo. No va más. El director busca a toda costa la excentricidad. Bruno Dumont es poco conocido en España, ya que en nuestras pantallas solo se estrenó comercialmente la bien distinta pero también excesiva Camille Claudel 1915. Como en aquella aquí también está Juliette Binoche, pasada, histriónica hasta el ridículo. Por el lado del discreto encanto de la burguesía la acompañan en sus afectaciones otros grandes actores como Fabrice Luchini, de contrahecho despistado. Pues si los pescadores son brutales, feos y devoradores de cualquier cosa, también los ricos arrastran oscuras taras en su linaje: véase el cuñado Jean-Luc Vincent o a la señora de la casa Valeria Bruni, hermanísima de Carla, nacidas en alta cuna las dos. Todos componen algo que no son personajes, sino pura caricatura esperpéntica. En fin, el tono de la película es molesto, muy de grandeur. Solo para epatar. Lo mejor está en la evocación del cine francés de los años diez del siglo XX, de los seriales  y las películas "de detectives" de Feuillade y de las slapstick comedies , o sea, del cine cómico americano de las primeras décadas que en realidad lo inventó un francés Max Linder. Por eso, lo que más nos ha gustado en esa pareja absurda de policías que investigan desapariciones de turistas en la playa: Rigaux y Després son unos Stan Laurel y Oliver Hardy a la franchute, uno servil y pequeño, el otro hinchado como un odre. Cuando llega el final, los burgueses corren por la playa, enloquecidos, emulando a Fellini y Buñuel y a la vanguardia de los años veinte. Y todo quedará como pura anécdota visual en nuestra memoria.
Eduardo Galán Blanco. La Voz de Galicia, sábado 29 de abril de 2017

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