Francia gusta de las liturgias laicas, tiene aires de monarquía republicana. La puesta en escena de Macron en la explanada del Louvre es una prueba de ello. El presidente electo protagonizó una entrada operística, con un interminable paseo en solitario, bajo la luz de las farolas, con su sombra sobre el suelo empedrado. Pero, para su entrada triunfal, eligió como banda sonora el cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven. El himno a la alegría. El contrapunto a la depresión en la que parecían hundirse los franceses, pero sin romper la solemnidad del momento. Y un mensaje al mundo: Europa. Con una posdata: Beethoven no disimulaba su adhesión a los principios de la Revolución francesa, que para él se encarnaban en la figura de Napoleón cuando era aún era primer cónsul. El genio creó en sus últimos años una sinfonía coral y musicalizó la Oda a la alegría de Schiller, cuyo título original era Oda a la libertad. La adaptación de esta obra que promete, "que todos los hombres serán hermanos" es el himno de la UE. Está la música y también el escenario. La izquierda elige para celebrar sus grandes noches electorales las plazas de la República y la Bastilla; la de la Concordia se asocia ala derecha. Macron intentó organizarlo todo en el Campo de Marte, ante la torre Eiffel, pero no recibió el permiso del Ayuntamiento de París. Finalmente, pronunció su discurso con la pirámide del Louvre de fondo. Un lugar sin etiqueta política que ya quedará para siempre asociado al fulgurante triunfo de ¡En Marcha! El presidente fue recibido como un monarca recién coronado. Dicen algunos analistas que de vez en cuando su país busca un líder al que confiar su destino. Voilà. Aquí está Macron.
Mariluz Ferreiro. La Voz de Galicia en París. Martes , 9 de mayo de 2017
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