Naturalmente, la aproximación de Mme de Staël a los acontecimientos narrados (y juzgados) se hace a partir de las convicciones de la autora . Hija confesa de los ideales de la Ilustración , el primero en su escala es el de la libertad que antepone a cualquiera de los demás. Una libertad concebida como le hicieron los primeros revolucionarios, al estilo de los girondinos , y por tanto opuestos a la libertad, considerada como dogma "abstracto" que puede y que debe imponerse a los demás al modo en que lo pensaron los jacobinos, en especial Maximilien Robespierre, el Incorruptible. Aquí entra naturalmente otra de las opciones características de Madame Staël, el moderantismo que mitiga el ardor de su indudable progresismo, potenciando la monarquía constitucional sobre la república, predicando la compatibilidad de la libertad con la religión o proponiendo el sistema de gobierno de Inglaterra como modelo de equilibrio político que (liberado de algunas deficiencias) podía aplicarse en Francia, con lo cual rendía tributo a la anglofilia de su adorado progenitor, que en muchas ocasiones aparece como contrafigura de sus odiados "tiranos", con Napoleón a la cabeza, aunque hay que decir en su favor que nunca se unió al coro de las voces que atacaron al Emperador una vez derrotado en Waterloo. Este moderantismo (y a pesar de su defensa de María Antonieta) no la llevo a exculpar a la monarquía francesa de sus crímenes históricos (el exterminio de los templarios, la represión de la jacquerie, la masacre de la Saint -Barthélemy, las dragonnades, la represión de los camisards), de modo que no pudo estar de acuerdo con la douceur de vivre prerevolucionaria evocada por algunos. En cambio, los condicionantes de clase agazapados en su conciencia surgen aquí y allá en sus juicios : Robespierre es solo un abogado del Artois, "de rasgos innobles, tez pálida y venas de color verde" ( además de malvado, envidioso e hipócrita), mientras Napoleón es un advenedizo, un hombre "de estatura innoble, de alegría vulgar, de cortesía (en caso de tenerla) torpe, de modo de ser rudo y grosero" (además de un "nuevo rico" y un "soldado gentilhombre", casi entre Plauto y Molière). Digamos por último que la edición y la traducción de Xavier Roca-Ferrer son irreprochables , y que su introducción es muy ilustrativa y hasta imprescindible para algunos lectores, aunque no compartamos su improcedente comparación del par Napoleón/Madame de Staël con el par Stalin/Alexandre Solzhenitsin, y aunque nos parezca de dudoso gusto su metáfora taurina de Waterloo como el "descabello" subsiguiente a la estocada de Leipzig. En definitiva, tal vez debamos quedarnos, sobre todo, con la suprema inteligencia de Madame de Staël, con su defensa de los valores ilustrados (tan necesarios en nuestros días) o con el precioso discurso sobre el amor a la libertad que pone punto final a su obra.
Carlos Martínez Shaw. El País. Babelia, viernes 14.04.17
Carlos Martínez Shaw. El País. Babelia, viernes 14.04.17
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