Hacía tiempo que no me sentía francesa, y el domingo ya tocaba. Fue un sentimiento deshabitado de patriotismo (bien sûr), pero emocionante y sincero. Las elecciones se habían celebrado con normalidad, y a media noche los analistas políticos se felicitaron porque con Macron ganaba Europa. Pues sería eso. Para unos ganaba Europa y para otros la nada....Lo digo porque ha ganado la ausencia de ideología.... En todo el mundo se agotan las municiones ideológicas. No sólo en Francia: también aquí....El caballo de Atila ha pulverizado la hierba que crecía bajo sus pies hasta el punto que apenas queda rastro de las viejas ideologías Siglo XX cambalache, problemático y febril. Todo se esfuma. Adiós revoluciones andinas. Adiós Willy Bran. Adiós Juan XXIII. Adiós Che....Soy medio francesa porque el mundo me hizo así. Desciendo de un bosquimano asentado en Francia que cruzó los Pirineos con el propósito de hacer realidad su sueño megalómano: convertir el Ebro en una vía fluvial. Pero no le debo tanto al árbol genealógico como a los ídolos de la chanson française que me acompañan desde la adolescencia. A los 13 años ya consumía revistas de chicas (Salut les copains, Mademoiselle âge tendre), canciones de Sylvie Vartan, France Gall, Hervé Villard, Françoise Hardy, Adamo, Sacha Distel, Richard Anthony. Durante casi diez años no tuve más influencia que esa. A ellas les copiaba los vestidos y los cortes de pelo. A ellos, su atractivo y su forma de cantar las canciones de amor. Hasta los más feos me parecía guapos. Ahora muchos no están operativos, pero yo conservo aquellas hermosas canciones en el disco duro de la memoria. En eso he sido muy tajante: para mí ninguna canción anglosajona ha superado a una francesa. Ahora la música francesa ha languidecido. También la literatura y el cine. Solo de vez en cuando, mi periódico me da un alegrón con un artículo de Pedro G. Cuartango, el actual director, que también desgrana recuerdos en clave francesa. Leer a Cuartango es como ver una película de la nouvelle vague o escuchar una canción de Jacques Brel (o de Adamo). El tiempo es lento y el artículo contiene la secuencia de una pareja que habla en el interior de un coche mientras afuera llueve y las escobillas del limpiaparabrisas se remueven a ritmo de Moustaki.
Carmen Rigalt. El Mundo, miércoles 10 de mayo de 2017
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