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Mercado des Capucins |
Marsella, la capital de la Provenza, es un puerto de 855.000 habitantes en el que tocas las cuatro esquinas del Mediterráneo, y que tiene tanto de Lyon o París como Nápoles o Argel, considerada su hermana gemela al otro lado del mar. En un mismo día nos perderemos por un bazar del norte de África, descubriremos uno de los edificios más interesantes de Le Corbusier y contemplaremos la puesta de sol en un archipiélago que parece recortado del Egeo. La Gare de Saint-Charles da la bienvenida al viajero. Fue construida en 1848 sobre una colina desde la que se contempla toda la ciudad, incluida la basílica de Notre Dame de la Garde, cuya silueta no desaparecerá del horizonte en las próximas 24 horas. En la escalera monumental que une Saint-Charles con la ciudad están representadas las alegorías de África y Asia, que nos recuerdan que Marsella fue el principal puerto colonial francés. A escasos 10 minutos de la Gare de Saint-Charles, junto a las neogóticas agujas de la iglesia de los Réformés, encontramos la Pâtisserie Plauchut cuya decoración decimonónica da prueba de sus 200 años de historia. Ubicada al comienzo de La Canebière, en tiempos el bulevar más elegante de Marsella, esta pastelería ofrece una riquísima variedad de dulces típicos, entre los que destacan las navettes, unas galletas con forma de barquito que se toman el día de la Candelaria, el 2 de febrero. Después del cruce de La Canebière con el Boulevard Garibaldi comienza el Quartier des Noailles. A lo largo del siglo XX sus empinadas cuestas acogieron tanto a los armenios expulsados del imperio otomano tras la Primera Guerra Mundial como los pieds noirs, los franceses repatriados tras la independencia de Argelia. Prueba de este cosmopolitismo es el mercado des Capucins, un colorista zoco callejero que de lunes a sábado reúne puestos de verduras, carnes, dulces y especialidades del Magreb, como pastelas o burekas. También en Noailles se sitúa uno de los comercios con más solera de la ciudad, la Maison Empereur, una ferretería, cuchillería, droguería, juguetería y tienda de todo lo imaginable fundada en 1827 que conserva cierto estilo vintage. No faltan ni el clásico jabón de Marsella ni los tomettes, los baldosines hexagonales típicos de la Provenza. Si seguimos bajando por La Canebière encontramos la parada del autobús 521, que nos acercará a la Unité d´Habitation, declarada en 2016 patrimonio mundial por la Unesco junto a otros 16 proyectos de Le Corbusier. Además de ser una muestra arquitectónica sobresaliente del movimiento moderno, su toque brutalista que no oculta al ojo el uso del hormigón armado, la peculiaridad de reunir usos residenciales y servicios en un solo edificio y la sutileza de los detalles constructivos lo convierten en una obra maestra. Desde la cafetería del hotel Le Corbusier, ubicada en la tercera planta y decorada exclusivamente con muebles del arquitecto y de su colega Charlotte Perriand, se puede divisar el archipiélago de Frioul que visitaremos más tarde...
Ignacio Vleming. El Viajero. El País, viernes 21-04-17
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