Stendhal |
Fátima Gutiérrez, en su edición de Rojo y Negro (1830) para Cátedra, habla de que el tardío novelista se manifestó literariamente entre el exhibicionismo y la máscara, entre la ostentación de su personalidad en diarios, novelas, textos memorialísticos - Recuerdos de egotismo (1832) y La vida de Henri Brulard (1835), por ejemplo-e, incluso crónicas viajeras y su ocultación paradigmática en el uso que hizo de más de 200 pseudónimos.
Gran psicólogo y gran lírico del sentimiento amoroso -como le llama consuelo Bergés en el prólogo a su traducción de Lucien Leuwen (1834) para Alianza-, el realista romántico que fue Stendhal, que nunca se casó, tuvo una larga lista de amantes, verdaderas o anheladas, una vida sentimental agotadora y, con frecuencia frustrante -como la de Fabrizio en La cartuja de Parma (1838)-, enmarcada en una voluntad constante de lograr la felicidad y disfrutar de todos los dones de la existencia -beylismo se llamó a ese impulso- y sin duda condicionada por los sinsabores de su niñez y juventud...
En la edición de La cartuja de Parma, -¡escrita en en 52 días!-, que ahora publica Espuela de plata con la traducción inédita en España de Manuel Machado, Paul Morand recuerda en su brillante, personal, extraño y amargo prólogo que Balzac, al elogiar casi en solitario la novela, se lamentó de su destino minoritario. Como vaticinara el propio Stendhal, sus grandes obras solo fueron reconocidas como tales y llegaron a millones de lectores mucho tiempo después de haber muerto.
Manuel Hidalgo. Galería de imprescindibles. El Mundo, lunes, 1 de octubre de 2018
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