viernes, 26 de octubre de 2018

La femme macho del pop francés

Héloïse Letissier
Es un caso excepcional, pero no por su sexualidad ambivalente ni por negarse a elegir entre hombre o mujer y definirse como "femme macho". Tampoco por haber salido de un país que provoca tantas cautelas como Francia para llegar ante los mercados de Inglaterra y EEUU, más cerrados que las conchas marinas, y abrirlos con un chasquido de dedos para devorar sus almejas con sorbo. Ni siquiera por la temeraria decisión de renunciar, una vez logrado un éxito de un millón de ejemplares, a sus alias artístico, Christine and the Queens, y ser simplemente, ambiguamente Chris. No. Si Héloïse Letissier irrumpe como un caso verdaderamente insólito es por la razón misma que la traído a nuestro loco mundo posmoderno: por la riqueza fragante de sus canciones, el equilibrio preciso, como un engranaje de artesano, entre chispa, seducción, ingenio y malicia de su pop, el mejor pop que se ha escuchado y bailado este año...
Chris es su nuevo nom de plume, que es nom de guerre para esta cantante, productora y multiinstrumentista de 30 años. Estrena imagen tras haberse cortado la media melena, apretar las mandíbulas y hacer suyo el evangelio de David Bowie, Madonna y Kanye West, los santos de su panteón personal: renovarse o morir. "Más testosterona, más sudor, más ritmo, pero con semejante minimalismo"; ésos han sido sus mandamientos en el que probablemente es el disco más importante de 2018 en la Europa continental.
Impulsada por el auge del feminismo y la resaca del Me Too, ha encontrado en la música el vehículo para crear un personaje a la medida de sus inquietudes. Una "mujer fálica" que no renuncia a nada en cuestión de género y que hace de ello el enfoque de sus canciones de colores ácidos y melodías apasionadas. En el inicio de su éxito, cuando en 2014 se publicó el excelente Chaleur humaine, su álbum de debut, ella se confesó bisexual y se explayó sobre la influencia de los garitos de drag queens y los cabarés de travestis de Londres, que conoció en sus impresionables veintipocos tras una ruptura sentimental y el abandono del Conservatorio de Arte Dramático. En ese momento de vacío posestudiantil y prelaboral, en la capital inglesa apuró las noches, sació sus curiosidades y no dejó picor sin rascar. Entonces regresó a París con un objetivo: hacer música...
Pablo Gil. El Mundo, domingo 30 de septiembre de 2018

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