Miró en el Grand Palais |
La muestra expone la dicotomía existente en la obra de Miró, dividida entre su interés aparente por los anuncios prosaicos, que expresa su fijación por la tierra, el mar y el cielo, y la inquietud metafísica que estos encubren. Esa doble vertiente parece reflejada en la que tal vez sea su primera obra maestra, La masía (1921-1922), evocación de la casa familiar que está presente en la primera sala de la retrospectiva, a la que llega prestada por la National Gallery of Art de Washington, en cuya colección figura hoy, tras haber pertenecido a Ernest Hemingway. "El cuadro evoca la tierra que produce todo lo que hace subsistir al hombre, pero también ese cielo misterioso que, más tarde Miró intentará conquistar", explicaba Prat en una de las salas de la exposición, con las últimas cartelas todavía por colgar.
Para el comisario, se tiende a olvidar que la trayectoria de Miró dibuja una reinvención constante, como si estuviera inscrita en un movimiento perpetuamente inacabado. "La suya fue una conquista permanente de un lenguaje marcado por la libertad", sostiene Prat. La exposición refleja sus distintas metamorfosis. Miró se definió como fauve cuando empezó a pintar, sin duda por los colores que llevaba su paleta. Después se inscribió en un peculiar realismo, inspirado en los frescos romanos y las miniaturas persas. Pero pronto se dio cuenta de que el mundo exterior no le inspiraba. Encontró una nueva fuente de creación buscando esos mundos paralelos que se esconden en este, aunque de manera muy distinta a la del grupo surrealista, con el que también tuvo una breve vinculación. Miró decía que nunca soñaba cuando dormía. ""Yo solo sueño de día", dijo en una entrevista recogida por la muestra, sin alegoría aparente....
Álex Vicente. París. El País, sábado 29 de septiembre de 2018.
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