domingo, 27 de enero de 2019

Audrey Azoulay al frente de la Unesco

Retratar a Audrey Azoulay (París,1972) como una mujer irremediablemente guapa, elegante y refinada, además de cautivadora en el tú a tú, supondría, con toda probabilidad, incurrir en el estigma machista que esta francesa hija de judíos marroquíes (su padre, el banquero André Azoulay, fue consejero del rey Hassan II) quiere combatir desde su puesto de directora general de la Unesco. Así que no lo haremos. Azoulay cumplió en noviembre un año al frente del organismo de Naciones Unidas que vela por la educación, la cultura y la ciencia. Objetivos prioritarios: poner en pie iniciativas educativas de nuevo cuño para alfabetizar a niñas y mujeres, utilizar la diplomacia cultural y la defensa del patrimonio como arma de paz; y sentar las bases de un arsenal ético para controlar los posibles excesos de la inteligencia artificial y los avances científicos. Exministra de Cultura en el Gobierno del presidente François Hollande, su pedigrí no admite dudas: es diplomada por la muy prestigiosa y muy elitista Escuela Nacional de la Administración frances (ENA), por el Instituto de Estudios Políticos de París y por la Universidad de Lancaster en Reino Unido. Nada más sentarse en su despacho de la sede de la Unesco en París, en noviembre de 2017, Estados Unidos e Israel anunciaron que se iban de la institución  "por demasiado politizada e antiisraleí ". Azoulay inició el 18 de enero una visita a España, entre otras cosas para dar carta de naturaleza a la declaración del yacimiento cordobés en Medina de Azahara como patrimonio de la humanidad.
  
P.- De ministra de Cultura de Francia a directora general de la Unesco...¿Son planetas distintos o no tanto?
R.- Entre los dos puestos hay más continuidad de lo que pudiera parecer, porque la Unesco es una casa donde se respira cierta concepción de la cultura muy ligada a la educación, y mi concepto del Ministerio de Cultura era precisamente ese, Además, siendo ministra ya tuve que trabajar muy intensamente en colaboración con la Unesco, sobre todo en lo relativo a la diversidad cultural.
P.- Como máxima responsable de este organismo, ¿aplica usted el principio de excepción cultural de la misma forma en que lo hacía como ministra de Francia?
R.- Depende de qué se considere como excepción cultural. Pero si hablamos de la idea de defender que la cultura no es una mercancía, desde luego que sí. La especificidad cultural más allá de lo comercial. Eso lo promovemos a través de nuestros textos legales, nuestras convenciones. Ahora mismo, por ejemplo, estamos centrados en el tema de la remuneración de los autores en el ámbito digital, un debate que tiene lugar ahora en el Parlamento  Europeo y que es un asunto muy, muy difícil.
P.- Pero esa defensa apasionada de la cultura no parece compartida por otros socios europeos. La cultura suele quedar muy bien para la foto, pero ala hora de repartir presupuestos suele ser el patito feo-
R.- Totalmente de acuerdo. Uno de nuestros objetivos es precisamente demostrar todo lo que puede aportar la cultura en los desafíos políticos a los que nos enfrentamos hoy, en la reconciliación después de conflictos, por ejemplo, o en la recuperación del patrimonio, o en el empleo juvenil a través de industrias culturales. Está claro que estos temas no pueden ser algo marginal...

Borja Hermoso. París. El País Semanal, 17 de enero de 2019

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