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Fotograma de El collar rojo |
"Cómprate un perro, tal vez te haga bien un poco de amor incondicional", le decía la belleza suicida Riley Keough al enamorado loser Andrew Garfield en el vitriólico final de Lo que esconde Silver Lake, una de las mejores películas del año pasado. De eso, de amores incondicionales y de fidelidades inquebrantables, va el aparentemente sencillo pero complejo último filme de Jean Becker, octogenario talento de ese cine francés al que no le gusta epatar ni exagerar con la grandeur. Algunas de esas cosas -lealtad, nobleza, devoción- ya estaban en otras películas del cineasta galo -por ejemplo, en La fortuna de vivir- que aprendió del maestro Jean Renoir las virtudes del realismo poético y de su padre Jacques -París, bajos fondos- las bondades de la metáfora. En El collar rojo encontramos a un soldado, héroe de guerra, encarcelado en una prisión vacía, unos meses , después de acabada la Primera Guerra Mundial. Cuando el oficial instructor, que lo va a juzgar por"ultraje a la nación", llega al polvoriento pueblucho del Valle del Loira encuentra a un enorme perro negro, sediento y hambriento, ladrando a las puertas de la cárcel. Con las entrevistas en tiempo presente y con los flashbacks que siguen, ambientados en los diferentes frentes de la Guerra de las Trincheras, sabemos más de la historia. El can fiel pertenecía a la novia del soldado y siguió al combatiente involuntario allá donde lo obligaron a ir: "con el perro se llevó una parte de mí" dice la joven hija de anarquista que enseñó a leer -con Dumas, Goethe y Rousseau- al campesino que amaba.
Para los cineastas franceses la sangrienta Gran Guerra es fuente inagotable de notables películas antimilitaristas y pacifistas: La gran ilusión, La vida y nada más o Capitán Conan. Y los animales en un campo de batalla son poderosas metáforas de la bestia de la guerra, que mueve por igual a hombres y alimañas. Spielberg trató el asunto en Caballo de batalla, pero Becker, sin tanto ruido ni dinero, profundizó mucho más, con su sinceridad y sencillez. El talento del veterano François Cluzet como comprensivo comandante y el magnetismo de Sophie Verbeeck completan la belleza de esta modesta pero valiosa película.
Eduardo Galán Blanco. La Voz de Galicia, miércoles 9 de enero de 2019.
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