sábado, 26 de enero de 2019

La ciudad de Julio Verne

El castillo de los duques de Bretaña en Nantes
A Nantes se la conoce en parte por un elefante mecánico y otras máquinas fabulosas que evocan el mundo fantástico de Julio Verne, allí nacido. Pero Nantes, más que un escaparate de feria, es un laboratorio. Allí se está llevando a cabo una mutación arquitectónica callada, pero colosal, que la sitúa entre las ciudades más dinámicas de Europa en ese aspecto. Y no sólo eso: es al mismo tiempo escenario de una revolución urbana verde ; su centro despejado, como si los coches no se hubieran inventado, llega a causar desasosiego. Esta apuesta de futuro no palía el hecho de que fuera el primer puerto de Francia en el siglo XVIII y que la riqueza del tráfico atlántico la sembrara de palacetes. Para descubrir lo antiguo y lo nuevo han pintado en el suelo una línea verde que enlaza lo imprescindible, solo hay que seguirla y maravillarse. A ese invento le llaman Le voyage à Nantes (levoyageanantes.fr), o sea, el viaje a Nantes.

Un museo en el palacio.- El castillo de los Duques de Bretaña es uno de los más imponentes y hermosos del Loira y, sin duda, el alma de la ciudad. El río que lamía sus torres y muros se ha retirado, y el antiguo lecho se ha convertido en un jardín circular. Dentro de los bastiones se alza el palacio que levantó en el siglo XV el último duque de Bretaña y que heredó su hija Ana, luego reina de Francia. Pero el interior no se corresponde a esa época, es un museo (recién renovado) de la historia de Nantes. Una maqueta permite entender sus metamorfosis, como preámbulo a salas que acercan los hitos más notables. Especial énfasis sobre el el tráfico triangular Nantes-Guinea-Las Antillas, que llevaba esclavos negros a América y volvía con azúcar. Se hicieron casi 2.000 expediciones, desde 1657 hasta poco antes de abolirse la esclavitud en 1848 (el Memorial de la Abolición, soterrado en el muelle del río, evoca la bodega de un barco esclavista). También se hace hincapié en la historia reciente, la ocupación nazi y la ayuda de milicianos españoles que lucharon contra el horror.

El casco medieval.- El barrio de Bouffay, que arropa el castillo, se considera, "ciudad libre". Tiene su propio alcalde y hasta su propio viñedo (en la Rue du Vieil Hôpital ) hasta la catedral de San Pedro y San Pablo se extiende una maraña de callejas que conservan sabor medieval y casas de entramado de madera ( como la célebre Casa del Boticario en la Place du Change, que aloja en sus bajos un café y la Casa de la Poesía ). La catedral empezada en el siglo XV , no se terminó hasta 1891, y cobija los sepulcros de los duques padres de Ana, una exquisitez artística que ella misma encargó en 1508.
Pegada a este barrio medieval está la llamada Île Feydeau que era una isla antes de que los brazos del Loira fuesen desecados en parte . Fue coto de los ricos comerciantes del XVIII, como delata la ostentación de mascarones y rejas de fachadas y balcones. Quedan a un paso las plazas du Commerce y Royale. El Passage Pommeraye uno de los más elegantes de la Europa del XIX, conduce a la Place Graslin, presidida por la Ópera, con un entorno abigarrado de terrazas, multicines  y jolgorio estudiantil.

Comer en una isla.- En la otra punta del casco viejo, una novedad el Musée d'Arts, que reabrió sus puertas en 2017 tras muchos años cerrado por renovación. Ha cambiado radicalmente y hoy es uno de los grandes museos de Francia; con clásicos, por supuesto, pero sobre todo con una excelente obra contemporánea. Queda cerca el Jardin des Plantes, que es naturaleza sometida a los moldes del arte. Y para reponer fuerzas un sitio muy recomendable es Les Chants d'Avril. Otra opción es cruzar el río y entrar en la Isla de Nantes, esta, sí, una isla de verdad . Entre los nuevos edificios se encuentran los restaurantes Lulu Rouget y La Civelle...  

Carlos Pascual. El Viajero. El País, viernes 25 de enero de 2019

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