jueves, 31 de enero de 2019

Ben Jelloun ajusta cuentas con Marruecos

Una mañana  de julio de 1966, un jeep del ejército del rey Hassan II de Marruecos se detuvo frente a la casa donde vivían los Jelloun en Tánger. "A este hijo de puta lo vamos a enderezar", soltó uno de los militares en referencia al joven Tahar, de 20 años. Su delito: participar en una manifestación pacífica de estudiantes contra una circular del Ministerio de Educación. Su castigo: 19 meses de detención en diferentes campamentos militares controlados por excombatientes de la guerra de Indochina sin escrúpulos. "Aquí no existen pensamientos", escribirá el autor franco-marroquí Tahar Ben Jelloun  (Fez, 1944) 50 años después en su último relato. El castigo (Cabaret Voltaire). El poeta y Premio Goncourt (La noche sagrada, 1987) necesitó medio siglo para poder abordar ese episodio traumático en el que, estima, su "pequeña historia personal "se confundió con la de toda una nación privada de libertad.
Ben Jelloun
Explicar lo ocurrido, lo que no se contó, dejar un legado, un testimonio para las nuevas generaciones que no conocieron ese Marruecos de los años de plomo regido por la violencia y la arbitrariedad. Eso, asegura, fue lo que le llevó a recordar esos meses de detención que él creía haber borrado completamente de su memoria. Hasta que empezó a escribir. "Mi memoria ha sido muy amable conmigo. Se sentó a  mi lado y de pronto recordé hasta el más ínfimo detalle. El libro lo escribió ella", explicó hace dos semanas en Madrid Ben Jelloun con una carcajada que contrasta con la dureza del castigo al que fue sometido junto a otros 93 estudiantes sospechosos de haber organizado la protesta...
Frente a la crueldad y la crasa ignorancia del sargento Aqqa y del coronel Ababu -ambos protagonizarán el golpe de Estado de Sjirat en 1971 contra Hassan II- que, escribe el autor, parecían salidos de un psiquiátrico, Ben Jelloun resiste con su arma favorita: la imaginación. Su cabeza era el único lugar donde no podían entrar. Al entonces estudiante de Filosofía le bastaba con cerrar los ojos y concentrarse para recordar los textos de Kafka, los versos de Rimbaud o de Aragón cantados por Léo Ferré. Y cuando no pensaba en literatura, el cine llenaba su mente. La inconfundible voz de Jean-Louis Barrault, y su papel  en la obra maestra de Marcel Carné Los niños del paraíso, la sensualidad de Ava Gardner, las películas de Chaplin, John Huston o Sidney Lumet -en particular La colina, con la que se identificaba al sentirse como el protagonista de aquella cinta- no dejaron de acompañarle...
"Ese capital cultural que me transmitió mi familia y mi educación me salvó de la locura", aseguró. También le ayudó descubrir mediante una radio que un compañero de celda le prestaba a escondidas, que al otro lado del mundo, un joven filósofo francés, aspirante a revolucionario, llamado Régis Debray vivçia una experiencia similar a la suya en una cárcel bolivariana. Un episodio que marcaría a ambos escritores..."Tardé muchísimo tiempo en volver a ser yo mismo. Los cinco años consecutivos a mi liberación fueron durísimos. Conseguí por fin pasar página al llegar a Francia en 1971...
Carla Mascia. Madrid. El País, jueves 27 de diciembre de 2018

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