En Francia, Pedro Almodóvar no es un simple cineasta, sino algo parecido a un semidiós: ha recibido todos los honores posible para un artista vivo. "Francia una vez que te adopta lo hace de un modo absoluto. Como decía Julio Iglesias, si triunfas en Francia el público te será fiel toda tu vida. "Soy un cineasta francoespañol", expresó en el arranque de este Festival de Cannes, cuando parecía que a la sexta iría la vencida.
Su historial en el certamen dejaba presagiarlo. Almodóvar cuenta con un premio a la mejor dirección por Todo sobre mi madre y otro al mejor guión por Volver, que también se llevó un galardón para sus actrices. Antes ganó el César a la mejor película en lengua extranjera en 1993 por Tacones lejanos y un César de Honor en 1999. Fue objeto de una exposición de una retrospectiva integral en la Cinemateca Francesa en 2006 y se alzó con el prestigioso premio Lumière, que concede el festival de cine clásico de Lyon.
Resulta paradójico que el país que más ha celebrado su trabajo le siga negando esa joya de la corona llamada Palma de Oro. Cuando se buscan razones, aparece al propia composición de los jurados, grupos variopintos formados por personalidades con gustos cinéfilos heterogéneos, lo que suele favorecer a películas capaces de generar consensos inmediatos. "El aspecto personal, singular y exuberante del cine de Almodóvar puede ser un dificultad en un contexto como Cannes", decía ayer el crítico Frédéric Strauss, artífice del reconocimiento de Almodóvar en Francia gracias a sus elogiosos textos en Cahiers du Cinéma, antiguo vivero de la Nouvelle Vague...
Igual que en el mito de Sísifo, la roca se volvió a deslizar montaña abajo en el último minuto. Almodóvar volvió a parecerse al rey de Corinto. No hay motivos para pensar que no intentará conquistar la cima otra vez. Excepto que su piedra pesa, sin lugar a dudas, cada vez más.
Álex Vicente. Cannes. El País, domingo 26 de mayo de 2019
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