Un grupo de niños alemanes cruzan sus piernas en el suelo. Custodiados por dos profesoras, escuchan atentos a un joven que les explica al detalle el gran cuadro que tienen a sus espaldas. Es La vida, pintado por Pablo Picasso y, paradójicamente, inspirado por la muerte de un amigo. El cuadro recoge siete figuras de distinto tamaño, todas en actitud doliente y desasosegante.
Pero la palabra más repetida a los niños por parte del monitor es blau (azul), los distintos tonos de azul que marcan una etapa pictórica y vital en el artista malagueño, concretamente las obras previas al cubismo. Estamos en la Fundación Beyeler, a las afueras de la ciudad suiza de Basilea y a tiro de piedra de la frontera con Alemania y Francia. El recinto es un moderno edificio rodeado de verde y que absorbe luz natural por los cuatro puntos cardinales. Tiene 22 años de historia y está haciendo historia con esta exposición que reúne los famosos períodos azul y rosa de Picasso. La colección con pinturas que han viajado desde todos los rincones del mundo, acaba de descolgarse a principios de año en el Museo Orsay, en París, para trasladarse a Suiza. Casualmente, la última vez que el azul y el rosa de Picasso compartían techo se remonta al año de la construcción de la Fundación Beyeler, en 1997, entonces en la National Gallery de Washington.
La sala 3, donde encontramos a los escolares germanos, es el epicentro espiritual de la exposición. Justo enfrente de La vida, la blanca pared acoge tres cuadros que explican el origen del azul triste con el autorretrato de un Picasso melancólico, vestido de negro y con los huesos de la cara marcados, vestigios de los duros comienzos de un artista callejero. El cuadro está flanqueado por la razón de su pena, dos representaciones de la muerte de su amigo Carlos Casagemas quien al poco de viajar a París con el artista malagueño se quitó la vida por un amor no correspondido. Era febrero de 1901 y meses después Picasso empezó a aplicar el azul sin un pensamiento racional, simplemente era el color de la muerte de Casagemas, el color que envolvió su obra durante los siguientes años, y siempre con escenas de perdedores...
La exposición concluye el 26 de mayo. Pero Picasso está de forma permanente en muchos rincones suizos. Merece la pena el Rosengart de Lucerna.
Toni Silva. Basilea. La Voz de Galicia, lunes 22 de abril de 2019
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