La isla de Oléron está situada en la costa atlántica francesa. Presume de clima suave, de sus bosques de pinos, de su puerto de cuento y de su faro con vistas. Parece un lugar idílico. Pero tiene un problema. La paz que se le suponía se ha roto. El día 6 de junio una de sus vecinas, Corinne Fesseau, está citada en los tribunales de Rochefort. Su delito, ser la propietaria de Maurice, un gallo demasiado cantarín, lo que se dice un auténtico gallito. A una pareja que tiene una segunda residencia en Oléron el ruido del ave le resulta insoportable y exigió a la dueña que se deshiciera del ave. "Es como pedirme que dejara a mi perro o a mis hijos", dijo Corinne. No hubo acuerdo y el asunto llega ahora a los juzgados. Los medios franceses señalan que los denunciantes tienen en su contra algún que otro precedente. Recuerdan que en 1995 el Tribunal de Apelación de Riom desestimó la petición de cerrar un pequeño gallinero considerado demasiado escandaloso para el demandante. "La gallina es un animal inocente y estúpido hasta tal punto de que nadie ha logrado entrenarlo, ni siquiera un circo chino", argumentaba la sentencia. Tampoco consiguieron su objetivo unos turistas parisinos que solicitaron que las campanas de la iglesia del pueblo de Lozère retrasara sus horarios: tocaban a las siete de la mañana, a las doce del mediodía y a las siete de la tarde. Para ciertas personas parece frustrante que no se le pueda aplicar a todos los filtros de Instagram. Una buena foto, un paisaje verde, pero a mí que no me toquen las narices con los ruidos y los olores. Ya lo dijo hace tiempo una alcalde gallego:"Tengo casa en una aldea y estoy encantado. Pero hay quien viene a la aldea y dice que ladran los perros". Ladran los perros y cantan los gallos, habría que añadir. Cuando alguno descubra de dónde salen los huevos...
Mariluz Ferreiro. La Voz de Galicia, miércoles 11 de mayo de 2019
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