sábado, 2 de noviembre de 2019

La sonrisa de Reims

La puerta  de Marte en Reims
La ciudad es a la diez de la mañana una agradable población de tamaño medio que se despierta dulcemente. Me encanta pasear por sus calles cuando aún no hay nadie. Voy directa a Notre Deme de Reims, pero me empeño en entrar por un lateral, y descubro así la grandeza de su fachada como si yo misma me cayera desde el tejado. Son sobrecogedoras sus rotundas dimensiones, y cuando intentas abarcarlas, todo el peso de la historia se te viene encima. La Notre Dame de París, a su lado, es casi una hermana pequeña, y ésta, que ha sufrido incendios y bombardeos como el de la I Guerra Mundial, se yergue ahora como una de las mayores joyas del gótico europeo. Aquí se coronaban los reyes de Francia desde Clodoveo, considerado el primer rey francés y cristiano, y fue Carlos X en 1825 que se hizo bendecir en ella. Juana de Arco asistió en esta catedral a la coronación de Carlos VII en 1439. Los daños que sufrió el edificio durante los bombardeos alemanes de la I Guerra Mundial fueron reparados por completo en 1996.
Todos estos son datos que ojeo sobre la marcha, pero la luz que se filtra por sus vidrieras es todo menos producto del azar. Como preparada para la visita más regia, en el interior me recibe una atmósfera digna de un día de coronación o de borrachera. El cielo, si existe algo parecido, debe tener estos mismos tonos, pienso. La luz va del rojo al azul y del verde al amarillo como una ensoñación o un delirio de absenta, y enseguida descubro al culpable de este efecto, nada menos que Marc Chagall, el pintor que diseñó las magníficas vidrieras de la capilla central del ábside ya en el siglo XX. Notre Dame de Reims está casi a la altura en el mapa francés de la catedral de Chartres. Y pienso que no está nada mal: Proust al oeste y Rimbaud al este, cada uno con su catedral. A la salida de la de Reims, un personaje que me mira desde la fachada parece entender el viaje del que vengo: es el ángel de las sonrisas. Luego me enteraré de que ésta es conocida como la catedral de los ángeles, el templo que más sujetos alados alberga. El Palais  du Tau,  o palacio arzobispal, es la visita perfecta para bajar de las alturas. Lo rodeo intentando entrar, pero algo me impide hacerlo. Aquí se alojaban los reyes cuando venían en procesión desde París, a su coronación o a sus bodas, y contiene el museo de estatuas y tapices desde el bautizo del rey Clodoveo...En mi camino de regreso, aún tengo tiempo para pasearme por las céntricas calles de Reims y de disfrutar del arco de la imponente Porte de Mars, uno de los arcos de triunfo romanos más grandes que se conservan (32 metros de largo por 12 de ancho) aunque decapitado...
Luisa Castro. El Viajero, viernes 27 de septiembre de 2019 

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