martes, 29 de noviembre de 2022

El Louvre resucita la naturaleza muerta

La receta es sobradamente conocida. Un membrillo, un repollo y un pepino. Zanahorias colgando, una naranja abierta y una lechuga en proceso de podredumbre. Y, a veces,  un reloj de arena en un rincón o incluso una inquietante calavera, que recordaban el funesto destino que esperaba al espectador de cada cuadro. El bodegón nunca fue considerado un género importante, a la altura de la pintura histórica o religiosa. Y, sin embargo, la simple disposición en el lienzo de eses elementos sigue fascinando muchos siglos después. Cada bodegón encierra un misterio, una sombra de melancolía que provoca una pequeña punzada en el corazón. "Una verdad antropológica", prefiere señalar la historiadora del arte Laurence Bertrand Dorléac, comisaria de la exposición Las cosas. Una historia de la naturaleza muerta, que puede visitarse en el Museo del Louvre, en París, hasta el 23 de enero. 

La muestra se opone a la definición tradicional del bodegón, que eclosionó a lo largo del siglo XVII en el arte flamenco y holandés, frente a la prohibición de las imágenes de tema religioso que impuso el protestantismo reformado. Eso hizo que muchos pintores se refugiasen en las escenas de género, viñetas cotidianas del gusto de la nueva burguesía que empezaba a sustituir al Estado y a la Iglesia en el papel de mecenas artísticos. Este formato recibió el nombre de stilleven (o vida tranquila, silenciosa), un término que en los países católicos fue mal traducido como naturaleza muerta, como apunta la comisaria. En realidad, los objetos inertes de esos cuadros están muy vivos. Pese a su aspecto ordinario, aportan información valiosa sobre cada época. 

La tesis de la muestra es que las cosas transmiten ideas y sentimientos, más allá de la vinculación de este género al paso del tiempo y la muerte inexorable. La ambición del Louvre también pasa por ampliar las fronteras geográficas y temporales que han delimitado este género: no solo existió en la Europa del Renacimiento y el Barroco, sino en todo el mundo y en todas las épocas. En 1952, otra exposición sobre la historia del bodegón organizada por la Orangerie dejó claro que las naturalezas muertas ya existieron desde la Grecia clásica. Esta muestra va más allá: sostiene que el bodegón surgió de las cuevas neolíticas y luego se expandió en la cultura egipcia y mesopotámica, como demuestra la última obra del recorrido: un arreglo floral en el comedor de Nan Goldin en el primer día del confinamiento de 2020. 

Los emparejamientos son inesperados y apasionantes: la Magdalena penitente de Georges de La Tour a la luz de las velas con las fotografías de Christian  Boltanski; un vanitas barroco junto a otro de Gerhard Ritcher y a otro más, en formato vídeo, de Sam Taylor-Johnson, con fruta que se estropea en tiempo real. O el lienzo sobre dos recaudadores de impuestos de Marinus Reymers-Waele en el siglo XVI pegado al autorretrato de Esther Ferrer vomitando euros en plena entrada en vigor de la moneda única, en 2002. El Louvre se opone a otro lugar común: ese que asegura que las naturalezas muertas desaparecieron de la pintura durante la Edad Media.

Una sala oscura reúne a Goya, Rembrandt y Zurbarán retratando un puñado de animales muertos..."La obra de Goya y Géricault surge en el tiempo de las guerras napoleónicas, conflictos masivos donde lo humanos se convirtieron en objetos por primera vez", apunta Bertrand Dorléac.

La naturaleza muerta resucitó después en la obra de los impresionistas, que la convirtieron en símbolo de paz y quietud en un momento de industrialización galopante -ahí están los espárragos de Manet o las peras provenzales de Cézanne-, mientras que las vanguardias acentuaron el cariz cenizo de este género, como si fuera el augurio de algo terrible a punto de acontecer... 

El desenlace del recorrido llega con la secuencia de Zabriskie Point, de Antonioni: la apoteósica explosión imaginada por la protagonista en la que las propiedades de la mansión donde se aloja saltan por los aires al ritmo de las guitarras de Pink Floyd.

Álex Vicente. París. El País, jueves 24 de noviembre.

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