Retrato de Dora Maar |
Cuando el Gobierno de la República le encargó un lienzo para el pabellón de la Exposición Internacional de París -que habían diseñado Sert y Lacasa - Maar le habló de la masacre de cientos de civiles en Gernika. Él la pintó. Ella lo retrató pintándola. La pasión duró 10 años, hasta que, deslumbrado por la belleza de Françoise Gilot, el pintor se acercó a ofrecerle un cuenco de cerezas y Dora comprendió que era el fin. Pero no adelantemos acontecimientos. El escenario picassiano de Maar es Antibes: el puerto, la playa de Juan-les-Pins. Picasso necesitaba espacio para poder trabajar y le cedieron lo mejor que tenían: el castillo Grimaldi. Hoy su rostro fulmina, con un solo ojo, el edificio convertido en Museo Picasso. Su interior expone el artista más sencillo. También las cerámicas que haría en Vallauris en la época Gilot. Antibes es tan hermoso como el pueblo de pescadores que Picasso y Maar encontraron, pero irreal, como una pesadilla: solo hay galerías y restaurantes. Ni una carnicería ni una peluquería.
En cambio, no parece haber pasado el tiempo en Ménerbes, a 50 kilómetros de Aviñón. Allí no hay huellas de Picasso, pero Dora Maar tiene una calle. Y tuvo una casona con un jardín infinito, que pintó todos los veranos, hasta que murió en 1997. Hoy es refugio para escritores. Visitarlo cuesta 10 euros. La vista no tiene precio. Y el paisaje...El paisaje parece una lección de Patinir: un primer plano marrón, de piedra; luego un damero de campos verdes, los montes del Luberon forrados de abetos y pinos, y la cresta azulada casi blanca de la Sainte-Victoire fundiéndose con el cielo. La mitología picassiana asegura que esa casa fue un regalo de ruptura. En la puerta está escrito que Maar la compró con el dinero que obtuvo por un lienzo que le regaló Picasso. Hace dos domingos, allí solo había 10 personas. En la plaza de l'Horloge, el número 29 está en venta: "Pregunten en el Ayuntamiento". Si tienen un dibujo de Picasso, igual pueden hacer un trueque.
Con vistas a la bahía de Cannes, Vallauris es el lugar de la cerámica de Picasso. Y territorio Françoise Gilot. La madre de Claude y Paloma fue la única mujer que abandonó al pintor. Tenía 21 años y el 61 cuando lo convenció para que dejara de peinarse el pelo sobre la calva, Apareció entonces el Picasso del pecho descubierto. En 1944 Françoise se baña en bikini para la eternidad. Gracias a los retratos de Robert Capa vemos cómo Picasso cubre su paseo con una sombrilla como quien acompaña a una reina. Gilot era pintora cuando lo conoció. Crio a Claude y Paloma en La Galloise, una casa de pueblo perdida en un laberinto de carreteras comarcales en la cima de Vallauris, Estaba escondida tras un garaje que ostentaba un cartel: "Aquí vive madame Boissère. Aquí no vive monsieur Picasso". Como a Picasso le faltaba espacio, trabajó en la alfarería de los Madoura -donde había comenzado a hacer cerámicas y donde no tardarían en llegar Chagall o Matisse para sumarse al trabajo con barro-. El atelier de Suzanne Ramié en la calle de Jean Gerbino pertenece ahora al Ayuntamiento. Está descuidado. Picasso lo utilizó hasta que compró una antigua fábrica de perfume abandonada, Le Fournas, donde cabía todo. "Me he convertido en un trapero", le contó a uno de sus biógrafos, John Richardson, admirado ante una cabra hecha con lo que encontraba por la calle "más real que una cabra". Hoy no hay resto de la fábrica. Aunque sí talleres de ceramistas. Y el Chemin Fournas se llama Pablo Picasso.
Aunque el museo de cerámica de Vallauris lleva el nombre del pintor italiano Alberto Magnelli, son los ojos, solo los ojos, del malagueño los que anuncian el lugar. En el interior conviven algunas de las casi 8.000 cerámicas que llegó a hornear, con forma de búho o de mujer con los brazos en jarra, y la capilla Guerra y Paz, "una respuesta a la capilla del Rosario que Matisse había inaugurado el año anterior, 1951, en Saint -Paul-de-Vence", cuenta Richardson en sus memorias platos con la imagen de Don Quijote y Sancho. Es una época feliz de toros en Arlés y Nimes con Cocteau, Lucía Bosé , Antonio Ordoñez o Dominguín. "Seremos un picasso y 30 picasettes", dice en el documental que Maya filmó sobre su padre. Era Paulo Picasso, su único hijo legítimo, quien, con una conmovedora mezcla de "lealtad, discreción y dignidad", le hacía de chófer. Conducía el Hispano-Suiza que llegaba hasta Arlés, Nimes o a citas con otras mujeres.
Esa felicidad duró una década...
Anatxu Zabalbeascoa. El País Semanal, domingo 23 de octubre de 2022.
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