Los espectáculos del Cirque du Soleil no se diferencian del circo clásico en lo sustancial, sino en ese envoltorio al que llamamos puesta en escena. En la escenificación de Luzia salen, como de la chistera de un mago, una bella y palpitante mariposa monarca humana, una pantera títere colosal, un armadillo digno de una comparsa de gigantes y cabezudos, cuatro caimanes músicos, milflores de cempasúchil (las que llevan las familias mexicanas a sus muertos cada 2 de noviembre) o un caballo plateado apocalíptico al galope, como el que hermosea la plazuela de Machado en el centro histórico de Mazatlán, en el Estado de Sinaloa. Pero la esencia de esta función son sus números de raigambre circense. El de salto a través de aros situados en tres y cuatro alturas sobre una cinta de correr es impactante tanto por la verticalidad de las destrezas acrobáticas que despliegan sus ocho intérpretes como por el dinamismo que imprime el movimiento horizontal continuo de la cinta, colocada sobre un escenario que gira a su vez sobre su propio eje.
En los carteles de los circos clásicos figuran como reclamo los nombres de los protagonistas de sus números más celebrados. En los carteles del Cirque du Soleil, en cambio, solo aparece el nombre de la compañía, pues esta le parece al público una garantía suficiente. Pero al cabo, más que la bella escenificación de Finzi Pasca, lo que encandiló al común de los espectadores en la noche del estreno fueron las actuaciones de Sascha Bachmann, Jérome Sordillon Cyril Pytlak y Aleksei Goloborodko...
Javier Vallejo. Babelia. El País, sábado 12 de noviembre de 2022.
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