Pasa el cuarto centenario de Molière y nadie comenta nada. Pero yo hago un homenaje antiacadémico, sin procedimientos obligados ni lenguaje impersonal a pie de página. En Julio se representó Tartufo en el teatro Principal de Santiago. Qué buen sitio para hacerlo. Porque en el Pórtico de la Gloria sigue el profeta Daniel con su risa. Durante años yo le vi significados diversos a esa risa. Es la alegría de la gracia contra la sequedad de la teología. Es la vitalidad del gótico inicial contra la rigidez del románico. Es lo jocundo de los campesinos de Compostela contra la serenidad fatua de los grandes personajes del figurón.
Pero ahora creo que el profeta Daniel se descojona de todos nosotros. De los turistas superficiales que consumen monumentos como hamburguesas o hacen caminos de moda. De los pedantes académicos que todo lo reducen a polvo de datos sin vida. De las jerarquías y sus muecas tan serias. De los mecanicismos con sus remedos externos de la vida.
Molière afirmó la vida a través de la risa y rompió cien escayolas y falsedades. En Tartufo denunció la santurronería y la hipocresía que tanto nos estrujan ahora con lo políticamente correcto. Hace años vi en el teatro María Guerrero de Madrid una adaptación hecha por Fernando Fernán Gómez. En aquel momento me cabreé y me pareció un manoseo de un clásico. Pero admiro la lucidez de Fernán Gómez y creo que eso es el sentido de la obra de Molière: burlarse de todo puritanismo e inquisición con la flexibilidad y la espontaneidad de la vida que no cabe en fórmulas.
En Las preciosas ríidículas la risa vital desenmascara la cursilería y la vacuidad de toda pedantería, de toda afectación perniciosa. Todas las cosas naturales son convertidas por esas mujeres pedantes en retorcimientos y empalagos. Y escamotean la vida con esa sangría lingüística que parece la estafa digital de ahora. Parecen decir: domestica todo, quita la sangre a todo.
En El avaro, el protagonista convierte la vida concreta y rica en pura abstracción genocida. Todo se convierte en dinero y matemáticas, nada de disfrutar y sentir. El hijo quiere casarse con una muchacha porque la ama tal como es, el padre avaro también quiere casarse porque tiene una dote y es un buen partido en abstracto. Y elimina todo disfrute de la vida en aras de la abstracción numérica del dinero. La abstracción es el mal escribió Albert Camus en sus Carnets, en defensa del hombre concreto contra las ideologías simplistas, y en buena parte tiene razón.
Incluso su Don Juan en cierto momento hace un remedo de arrepentimiento para burlarse de la santidad de las muecas y las fórmulas mecánicas. La risa de Molière es la vida rica y cambiante contra la rigidez de las fórmulas. Nada más actual. Con razón Gonzalo Suárez , en su cine de libertad y ditirambo, se basó en esa obra para crear su Don Juan en los infiernos. Y el Don Juan de Molière empieza con un elogio del tabaco, que seduce un poco entre esta religión hipócrita de la salud que no nos impide destrozar el planeta. Por eso a mí ahora me fascina Molière, 400 años después. Su risa representa la vida desnudando todas las escayolas y las muecas memas. Y le hago este homenaje vivo y antiacadémico, sin procedimientos obligados ni lenguaje impersonal.
Antonio Costa Gómez. La Voz de Galicia, lunes 31 de octubre de 2022.
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