La película resultará, sin duda, interesante al lector aficionado a la Premio Nobel de Literatura de 2022, porque el guión que ella escribe y narra podría formar parte de su obra literaria, con el mismo estilo austero y sintético y una carga autobiográfica aún más evidente si cabe. Pero, además el filme ofrece un recorrido por una década al reunir películas domésticas rodadas entre 1972 y 1981, a partir de los anhelos y vivencias de una pareja con dos niños, joven, culta, de izquierdas, que se plantea una vida alternativa en la naturaleza tras el Mayo del 68, pero disfruta de las comodidades burguesas al tiempo que quiere escapar de ellas.
Estrenada en mayo sin recibir apenas atención en la Quincena de Realizadores del pasado Festival de Cannes, Los años de super 8 se ha beneficiado de la concesión de la concesión en octubre del Nobel a la autora de 82 años, que se muestra "embelesada" en la película por la visión de los Andes, de camino a Chile en 1972. Allí, el matrimonio conoce una fábrica autogestionada, visita el desierto de Atacama, apoya la reforma agraria y las "ideas revolucionarias" de Salvador Allende. Un año después, tras el golpe de Estado de Pinochet, ya no quedaba nada de aquel sueño.
Las obligaciones como madre y esposa empiezan a perturbar su vocación como escritora. También la presencia de su madre, que se va vivir con ellos tras la muerte de su padre, si bien reconoce que su "devoción por los niños" logra liberarla un poco de los quehaceres cotidianos.
Viajan a Marruecos, se visten con chilabas, pero no dejan de actuar como occidentales en un espacio acotado para ellos. La superviviente del holocausto y ministra feminista de Salud Simone Veil defiende el aborto en un discurso histórico en la Asamblea Nacional en 1974. La familia viaja a la pobre Albania del comunista Enver Hoxha, pero el régimen dictatorial, no permite "llevar pantalones a las mujeres", no les deja "mezclarse" con la población. Viven como privilegiados en unas playas desérticas que hoy son destino de moda de miles de turistas. La familia descubre la práctica del esquí, mientra ella aprovecha para escribir, sin despojarse del sentimiento de culpa por su desclasamiento que preside toda su obra. Se trasladan cerca de París. Visitan Londres.
La familia viaja a España, solo después de la muerte del dictador Francisco Franco, en plena Transición. Corre el año 1980. ETA les inquieta. Van a Pamplona, filman los Sanfermines, hay una larga secuencia de una corrida de toros que tal vez simboliza la ruptura. Recorren Valladolid, Salamanca, Toledo, Soria... La pantalla ya no se llena con primeros planos como antes. Ya no se respira a la felicidad familiar y la complicidad de antaño. La convivencia degenera, la pareja discute.
Aún hay tiempo para el último viaje familiar, en 1981, esta vez a la URSS dirigida por Brezhnev. Un país oscuro que no impide la emoción previa de la escritora que ha crecido leyendo a Tolstoi, a los grandes autores de la literatura rusa y escuchando a sus compositores. La cámara de Philippe Ernaux se detiene en los detalles de la catedral de San Basilio, en la Plaza Roja. Es el fin de la pareja. Después de Rusia se separó...
Los años super 8 deja bien claro su compromiso inquebrantable por escribir. Y recuerda aquella declaración de principios que se hizo con 20 años la autora nacida en la pequeña localidad normanda de Lillebonne: "Escribiré para vengar a mi pueblo".
Cuando murió Philippe, ella y su hijo Eric decidieron montar la película que se proyectó el pasado mes en el Festival de Nueva York. La concesión del Nobel ha dado una nueva vida a Los años super 8 .Allí, en un coloquio posterior, la escritora explicó que el valor de las imágenes, pese a su carácter casero, radica en mostrar "la familia como el primer espacio de sociabilidad que existe" y también poner en valor la evolución de los cuerpos y el envejecimiento"...
Ferrán Bono. Valencia. El País, lunes 14 de noviembre de 2022.
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